sábado, mayo 4, 2024
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El último ladrón bueno

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He quedado para tomar unas cañas con Angelito “el marqués”. Hace mucho tiempo que no lo veo así que tengo ganas de que me cuente sus últimas andanzas. El marques ha sido uno de los mejores piqueros de Madrid, aunque él siempre se ha comparado con la elite mundial del choriceo artístico.

Cuando llego al bar Ciudad del Tuy-lugar de la cita-, situado en la calle Montera, le veo sentado en la barra junto a otra persona enarbolando unas jarras de cerveza. También lo conozco. Es el Comisario de Policía Don Mariano. Un buen amigo con el que me ata una amistad de años. Me sorprende que estén juntos, pero seguro que existe una buena explicación, por lo que ardo en curiosidad.

Después de los efusivos saludos, Angelito toma la palabra. Como siempre, es un torrente de cara dura y simpatía.

-Mira Pepe-dice atusándose el cabello del que siempre ha estado orgulloso-, tu sabes que siempre he sido el mejor, pero ya me he jubilado. Tengo una pequeña pensión y mi mujer, más joven que yo, sigue trabajando por lo que he abandonado la profesión. Pero de vez en cuando hay que ver a los viejos amigos como Don Mariano.

Don Mariano, el Comisario, también se ha jubilado. Gasta calva en la cabeza y gafas para la presbicia ¿Cuál será el motivo por el cual todos los pasmas viejos ven mal de cerca?

-Las cosas han cambiado mucho-continua el marques-. Antiguamente, los carteristas éramos verdaderos profesionales, artistas, vamos. Yo comencé con el “pico de los vastos”, que era introducir el dedo índice y corazón en el bolsillo de algún pardillo, dejarle sin cifra, y con cara de primo. También me gustaba mucho el timo del pastel, venderle oro falso a un pasmao por oro de verdad. Para eso había que tener arte y labia. Y yo era el mejor.

-En eso eras de los mejores-apostilla el Comisario.

-Después-el marqués se viene arriba con el elogio del madero-, llegó la tecnología. Utilizábamos unas pinzas largas, de esas de laboratorio. Era muy fino, pero un poco más complicado, porque los billetes hay que sentirlos con la piel ¿sabes? Y con la tecnología vinieron también los extranjeros. Moros que cortaban el culo de un bolso con un cúter en el Rastro, mientas un consorte entretenía al julay y caía todo el interior, incluida la cartera.  Sudacas que pinchaban la rueda del coche de una señora que acaba de sacar pasta del banco y mientras uno la ayudaba, el otro le quitaba el bolso. Pero si  la dama en cuestión se percataba, sacaban un bardeo  y  hala ¡por mis cojones que si no te pincho! Yo siempre he detestado esos métodos. A mí me veía Don Mariano y me decía: “Marqués”, mañana por la mañana en la Comisaria” Y allí estaba como un reloj, que a las autoridades hay que tenerles un respeto, no como los sinvergüenzas de ahora, que la montan a la mínima. Y si por casualidad, me emborrachaba o me iba de putas y se me olvidaba, ya tenía cuidado de que Don Mariano no me viese. Me soltaba un bofetón y punto, que es como tiene que ser. No como esos niñatos de ahora, que te tratan como un príncipe, que te leen los derechos y todo ¡no me jodas!

Don Mariano se ríe, recordando viejos tiempos.

-Aquí, Don Mariano me detuvo un montón de veces-prosigue el marqués-. Pero era un hombre como Dios manda, de los pies  a la cabeza. Cuando mi mujer enfermó, del corazón, hace quince años, movió sus amistades para que la atendiese uno de los mejores cardiólogos de España. Además me prestó diez mil pesetas.

-Que nunca me devolviste-dice el Comisario con una leve sonrisa en la boca.

-A eso vamos-interrumpe el marqués-. Precisamente he llamado a Pepe para que sea testigo-el viejo chorizo se introduce la mano en el bolsillo sacando un chito de billetes y los pone en la barra del bar-. Aquí hay doscientos euros, Don Mariano. Sesenta de la deuda y el resto de los intereses. La deuda queda saldada si usted le parece y Pepe considera que la cantidad es justa, porque yo no entiendo nada del Euribor y esas tontunas de ahora.

Divertido, asiento con la cabeza. Don Mariano, con una lagrimilla asomándole por el rabillo del ojo derecho, coge el dinero y dice:

-Gracias Marqués. Y ahora, que pongan más cerveza.

Cuando concluimos aquella extraña ceremonia, estamos medio borrachos. Cada uno a su casa. Don Mariano a su retiro en Gandía y el marqués, a darse vueltas por la Puerta del Sol, que siempre le ha tirado mucho.

Yo, de regreso a mi ordenador, pienso en lo sucedido. Se trata de un mundo que se acaba, que se hunde en la falta de ética actual. Un mundo en que las buenas formas y la educación se mantenían como imprescindibles. Un mundo en que el Don y el Usted se utilizaban sin que los marxistas pusieran el grito en el cielo.

Ahora las cosas no son así, pero estoy seguro que muchos Policías y muchos delincuentes, echaran de menos aquellos años en que cada uno sabía cuál era su lugar.

José Romero

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