sábado, mayo 4, 2024
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La amiga de Juan Pablo II

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Como si del Cid Campeador se tratara, Juan Pablo II ha vuelto a ser noticia por sus hazañas después de muerto. La última, desvelada por un documental de la BBC, es que mantuvo durante 32 años una “intensa amistad” con una mujer casada y madre de tres hijos. La relación comenzó en los años 70 cuando era arzobispo, continuó después de que ocupara el trono de San Pedro y se prolongó hasta su muerte, acaecida en ‘prime time’ en abril de 2005.

El documental, basado en las cartas que el Papa envió a su “amiga”, dice que no hay evidencias de que rompiera el celibato. Sin embargo, es llamativa la intensidad de los sentimientos compartidos en las misivas: “Te pertenezco”, le escribió ella. Él, como respuesta, le envió un escapulario para demostrarle “la dimensión en la que te acepto y te siento en todo tipo de situaciones, cuando estás cerca y cuando estás lejos”.

Como todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario, creeremos que Karol Wojtyla y Anna Teresa Tymieniecka quedaron durante treinta años para ir de camping y esquiar, pero jamás cruzaron la frontera física y mental de la relación amorosa. Su relación habría sido como la que tuvo con su esposa Elvira el general José Millán Astray, quien también compartió con el Papa polaco la cualidad de ser un furibundo anticomunista.

Como todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario, creeremos que Karol Wojtyla y Anna Teresa Tymieniecka quedaron durante treinta años para ir de camping y esquiar

Ha quedado para la historia que el fundador de la Legión se enteró en su noche de bodas de que la piadosa Elvirita había hecho años atrás voto de castidad. Y ni siquiera se lo había dicho cuando pidió su mano. El polimutilado general, que era un caballero, le perdonó a su mujer aquella encerrona y prometió respetarla. Así que siguieron casados, ella a sus rezos y él a sus batallas y a sus otras mujeres, que no le faltaron pese a la cojera, la manga doblada que colgaba donde una vez había tenido el brazo izquierdo y el parche que le tapaba la cuenca vacía del ojo derecho.

Millán Astray tuvo un romance con la explosiva cupletista Celia Gámez, con quien mantuvo también una “amistad” toda la vida. Después conoció a Rita Gasset, de quien se enamoró como un Raphael y a la que dejó embarazada. Franco, que no quería escándalos, le negó su permiso para anular el matrimonio no consumado con Elvirita, así que él se fue con su amante a Lisboa, donde tuvieron una hija.

La devota Elvira aprendió a sobrellevar el escarnio y adoptó a aquella niña como a su “sobrina”, le escribió cartas y la trató con cariño. Su abnegación sólo es comparable a la del marido de Anna Teresa Tymieniecka, esa especie de San José que soportó sin rechistar que su mujer quedara a escondidas con el Papa e incluso que se lo llevara a excursiones familiares. ¿Se imaginan?

Juan Pablo II fue un pontífice ultraconservador, más preocupado por la política que por la Iglesia. Su aportación doctrinal fue pobre, frenó los avances del Concilio Vaticano Segundo, marginó a los teólogos más avanzados como Hans Küng (el gran cuestionador de la infalibilidad papal), olvidó el ecumenismo, recuperó la Inquisición y le dio el impulso definitivo al Opus Dei. A su muerte, dejó una Iglesia en retroceso en los países avanzados, que buscaba fieles en América Latina, Asia y África.

Antes de ser sacerdote, Karol Wojtyla tuvo un romance con una joven que murió en un campo de concentración nazi. Eso no evitó que su postura fuera igual de reaccionaria respecto de la mujer y el sexo. Proclamó a San José como el marido ideal, dijo que el hombre “que mira con concupiscencia a su mujer comete adulterio en su corazón” y defendió la abstinencia como el mejor sustento de la relación matrimonial. No quiso ni oír hablar de dar más protagonismo a las mujeres en la Iglesia porque les correspondía, como a María, “estar de rodillas y en silencio a los pies de la cruz”.

A su muerte fue canonizado en tiempo récord. Ahora sabemos que tuvo una relación célibe durante 32 años con una casada. Sin duda, su último milagro.

César Calvar

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