sábado, mayo 4, 2024
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La consagración en la primavera

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Estaba el jefe del estado, aka el Rey, en el palco, cuando el himno comenzó a sonar. Messi, en un arrebato de catalanidad tuvo una arcada que afortunadamente para el niño que tenía debajo, no se convirtió en vómito. De haberse producido, hubiera sido la foto del encuentro. Una suerte de alegoría intestinal del Barça, que es un equipo con un aparato digestivo cada vez más lento, vaciado de fútbol, y parasitado por el reflujo de su discurso. Las gradas estaban hermosas, henchidas de colorines y gentes de bien, con los comentaristas con la boca muy grande, llena de amor, momentos incomparables y fiesta mayor de la raza. Daban ganas de que apareciera Godzilla por lotananza y masacrara a los aficionados de comportamiento ejemplar. Ese hubiera sido un correcto final para el Estado Español y su rey saludador, pero pitó el árbitro, y empezó el partido. Ahí se acabaron los insidiosos pensamientos de la previa -todo en esta vida acaba siendo una previa de un Madrid-Barça- y empezó la literatura.

El Barça siempre es la misma cosa. Un alquitrán espeso que se derrama por el campo cada vez con menos convicción. El Madrid muta, tomando como partida un ordenamiento jurídico codificado en tiempos de Mou. Ataques rápidos y repliegue en dos líneas alrededor del antaño mejor jugador de la historia, hoy trasto viejo, deambulando por el ataque como un ministro sin cartera. Isco en la izquierda y Di María en la derecha, se cerraban sobre el centro del campo en un 442 tan reconocible que hubiera sido emocionante verlo desde la cámara cenital. A los pocos minutos, sonó una llegada de Bale a pase de Isco, que vino a ser el metrónomo del encuentro. Recuperación en el medio campo de Xabi, Isco o Modric, que pausan, digieren la jugada y la sacan por el camino libre hacia Karim o Bale. Luego, normalmente, la frustración. Karim no está perseguido por el amor del gol y Bale, anda un poco obsesionado por hacer la jugada del fin del mundo, y se obceca en una carril de vía estrecha parecido al que nos irritó de Ronaldo hace unos años.

En los primeros momentos, se sucedieron dos ocasiones muy parecidas, con el Madrid jugando fácil, casi un punto lascivo por la superioridad de sus delanteros sobre la desharrapada defensa del Barcelona. Es ver a Modric saltar de eje en eje en el medio, y sucederse las líneas de pase en todas direcciones. Isco le rebaña una pelota a Alves y se encienden los focos del partido. Se vio inmediatamente en la pausa del malagueño, el daño que iba a traer esa bola para los culés. En ese silencio, que duró lo que la creación de una galaxia, se abrió una puerta sin retorno en el medio campo del Barça. Recibió entre líneas Bale y de primeras se la dejó a Karim, encimado por Bartra, que filtró otro de sus regalos envenenados. Llegó de sobra Di María con Alba a su sombra. Esa fue quizás la parte más torcida de la jugada, porque el argentino se lió entre recortar al defensor, o tirar a puerta, o quién sabe qué cosa extraña estaría pensando. El caso es que disparó raso y colocada pero algo mordida, y afortunadamente estaba Pinto que tiene las manos como el monstruo de las galletas: grandes y blandas. El balón entró manso y fue un gol importante que duró una hora entera en el marcador.

El Madrid, algo asustado por la facilidad con que merodeaba el gol a nada que agitara la jugada, se dejó mecer por el Barça hasta las proximidades de su área. Los barcelonistas la movían de aquella forma que saben, pero era una seducción artificiosa, lenta, con un miedo grande a la contra del Real, que los hacía prosperar por los laterales hasta zona de nadie y centrar el tun tun; cosa absurda en un equipo de espíritus sin cuerpo. Neymar y Coentrao dejaron unos momentos llenos de gracia y de ternura para los más pequeños, con Pepe saliendo de la cueva y haciendo su clásico número del sacamantecas. Isco dejaba un reguero de piedrecitas relucientes por donde tocaba el balón, dueño de la gracia del partido, enseñándoles a los medios barcelonistas la misma muleta con la que han martirizado al Real durante un lustro. En un momento dado, Bale se deshace de dos niños con un regate mascado, lento en apariencia, pero que coge vértigo según se acerca al final, y dispara a la cepa del poste por la parte de fuera. Era la tercera de Bale, y había gente con un ábaco contando todos los goles cantados que caían en los márgenes por culpa de su obcecación.

El ritmo del partido era el de la llegada asonante del Madrid, con combinaciones elásticas y tranquilas, donde Benzemá construye un palacio de espacio y tiempo en la media punta. Y el reflujo del Barcelona, inane en su posesión -sin truco final- con un repliegue perfecto del Real, con Di María al rececho para robar, salir disparado y desperdiciar la ocasión más por exceso de parsimonia que por tener demasiada prisa. Esta nueva tranquilidad por la derecha de Di María, es otro hallazgo de Carletto. Lo que en tiempos de Mourinho hubiera sido un perder balones como si no hubiera un mañana, aquí se convertía en una carrera contra los muebles, y en última instancia -como si se le encendiera una lucecita táctica- una pausa y un pase filtrado para que la jugada continuara limpia de contrarios por el otro lado del río.

El Madrid estaba cómodo en cualquier posición del campo; su táctica era simple: repliegue con dos líneas de cuatro, salida pausada pero muy vertical, posesión incisiva y disparo. Se sucedían las ocasiones desperdiciadas, algunas a medio hacer, como siempre que el peso recae sobre Karim. Esa era la única nube del encuentro. Una tensión que iba levantándose sobre la superficie transparente del dominio del Madrid: no llegaba la sentencia y las posesiones del Barça, administrativas pero cada vez más largas, envolvían el clima del encuentro como si fueran la antesala del momento dramático fundamental. Bale de piquero contra un costado. Bale de volea contra el público. Isco con todo a su favor (dijeron los comentaristas). Un palo de Karim en una larga combinación (para los estándares del Madrid). Di María que empieza a encorvarse de cansancio y ya no saca la pelota con la alegría de minutos antes. Llega un córner inocente del Barcelona y la pelota sobrevuela todas las cabezas de la melé. Se posa en la de Bartra, defendido al revés por Pepe, y le sale un cabezazo paranoico y que nunca más volverá a repetir.

Es un gol que estaba escrito en el ambiente, pero nadie se imaginó que caería del cielo de esa forma tan boba. El Madrid se despertó cubierto de ceniza y con un kilo de hormigón en los tobillos que poco antes aleteaban un metro sobre el césped. Pero no se resquebrajó. Al hincha, pleno de angustia, se le levantó el tejido del partido ante sus ojos y comenzó a ver símbolos fúnebres donde antes había señales de una aplastante superioridad. Se comprobaba que Bale se acercaba tan sigiloso a la pelota, que ésta huía de él. Y luego la seguía con la mirada, en una irritante concesión a la melancolía. A Karim se le había acabado el filo y a Isco le habían abandonado los pulmones en el peor momento. Quedaba Modric, que cogió una bola sin pedir permiso, y se aventuró en solitario hasta el corazón del Barcelona. Su disparo dio en el palo, y se fueron algunos fantasmas detrás de ese sonido seco de la madera. Era un momento muy difícil para el Real; se había agotado el enamoramiento de la primera fase, y el gol de Bartra, tuvo el sentido de un desengaño. Todo lo anterior había sido un pequeño fracaso y parecía que los gestos de cada jugador madridista eran huecos, sin la naturalidad del verdadero sentimiento. 

Coentrao le rebaña un balón a Alves, que se queda con cara de pasmado y dibuja un pase hacia Bale, que sale en estampida. Las primeras zancadas de Bale, sonaron con la convicción de las pisadas de un gigante en un cuento infantil. Bartra le intentó apartar de su camino con cierta timidez, quedándose a medias en la embestida, algo que se paga caro en los momentos en que se abren o cierran los partidos. Bale corre como un poseso dos metros por fuera del campo (eso que hemos soñado hacer alguna vez) y vuela hasta el área barcelonista, donde se le encabrita el balón, cosa que da igual porque Bartra es un guiñapo a su espalda, y con la puntera -que es un arma de fe- derriba la portería de Pinto y abre los brazos en forma de cruz para congraciarse con el mundo. 

En el libreto de la ópera estaba escrito una ocasión final para el Barça. Y así fue. Un pase interior y las aguas se abren. Neymar se cruza con el balón y lo estrella en el palo. Todo tan rápido que a nadie le da tiempo a sufrir. Ya no hay tiempo. Sale Isco del campo besuqueado por Xabi, que le traspasa poderes antiguos. Pita el árbitro, y todos se rinden de cansancio. Es una final. 

En el fútbol se sufre tanto como en el amor, pero a veces se gana.

BARCELONA, 1- MADRID, 2

Barcelona: Pinto; Alves, Bartra (Alexis, m. 86), Mascherano, Jordi Alba (Adriano, m. 46); Xavi, Busquets, Fábregas (Pedro, m. 60); Neymar, Messi e Iniesta. 

Real Madrid: Iker Casillas; Carvajal, Pepe, Sergio Ramos, Coentrão; Di María (Illarramendi, m. 86), Modric, Xabi Alonso, Isco (Casemiro, 88); Bale y Benzema (Varane, m. 90). 

Goles: 1-0. M. 11. Di María. 1-1. M. 68. Bartra. 0-2. M. 85. Bale.

Árbitro: Mateu Lahoz. Amonestó a Isco, Neymar, Pepe, Mascherano y Xabi Alonso.

Unos 55.000 espectadores en el estadio de Mestalla. El Madrid conquista su 19ª Copa del Rey

Ángel del Riego

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