Llega la Navidad y entre panderetas y zambombas se agitan y se jalean los cristianos del PP, o los demócratas cristianos, como ellos gustan llamarse, a pesar de que sus costumbres pecadoras -la carne es débil-, de las que luego siempre se confiesan y se arrepienten, nos los presentan muchas veces como los más paganos y libertinos de la reunión. Pero es Navidad y el bombo de la lotería ha empezado a dar vueltas, y alguien ha visto al vicesecretario, Javier Arenas, meter la mano a ver si se lleva él mismo el premio esperado de la nominación del PP como cabecera de cartel a las elecciones europeas, o, en el peor de los casos, consigue dejar a su compañero cristiano Jaime Mayor Oreja en ese destacado lugar.
Y todo ello con el argumento de que eso impedirá que el combo mediático de la COPE, y demás medios adjuntos del antimarianismo conservador, no se pasen en tropel a Rosa Díez, la que sin duda es una buena candidata pero que, como bien saben la COPE y sus obispos de la Conferencia Episcopal, está a favor del aborto, el matrimonio gay, la eutanasia y la investigación con células madre, y hace bien.
Pero todo eso al cardenal Rouco le importa un pimiento con tal liquidar al equipo de Rajoy, con sus cristianos incluidos, pecadores Arenas y Mayor en el mismo lote. Si tiene el cardenal de Madrid en su emisora talibán a un pastor protestante por la noche y a un pastor alemán y ateo por la mañana, lo de Rosa Díez como la candidata oficial de la emisora y de la Conferencia de los obispos es algo que nada les debe importar. Como no le importa que en sus micrófonos agredan o insulten al escalafón del Estado, incluido el Rey. En cuanto a Rosa, pues para ella miel sobre hojuelas, votantes que le regalan y propaganda gratis a costa del PP.
Pero volvamos a Arenas, campeón, porque dicen que el de Sevilla querría ser nominado candidato europeo el próximo día 28 de diciembre, que es el día de los inocentes, y si no cuela propone el cristiano sevillano que siga su acólito Mayor, que es tan aparente catolicón como Camps, aunque sin duda alguna el más devoto y practicante es el valenciano, como todo el mundo en el PP sabe muy bien. Entre cristianos, pues, anda el juego, mientras Rajoy deshoja la margarita de los mil pétalos y mira de reojo a Gallardón, a ver si el alcalde dice «esta boca es mía». O simplemente se nos queda para vestir santos, jugando a futuros, a ver qué pasa en el 2011, o en el 2012, o en el peor de los casos, a ver si le toca la pedrea de la Olimpiada del 2016, sin pensar en las vueltas que da la vida, o que al acecho están Rato, y el mismísimo Aznar, que no cesa de piar.
Y no hablamos de la Condesa de Bombay, en cuyo escudo de armas luce el lema de «pies para que os quiero», porque la dama de la Puerta del Sol anda de capa caída de un tiempo a esta parte y los suyos, los que la llevaban en andas al congreso valenciano del PP, ya no confían en ella por causa de su escapismo proverbial. Y unos prefieren a Rosa Díez, otros cortejan a Rato, e incluso el de la mano negra y larga está dispuesto a pactar con el diablo, aunque se llamé Gallardón, con tal de hundir a Rajoy.
Arenas, hijo, campeón, ¡qué les das!, ya colocó en la Ejecutiva del PP a sus cuatro Gracias -las pastorcitas del portal-, y no para de moverse por aquí y por allá, con la ayuda de una de su corte, la Cospedal. Y a buen seguro que, cuando se echa la siesta Rajoy, este buen cristiano le revuelve los papeles y le registra los cajones a ver si cuela en el cartel de las europeas a uno de los suyos si es que, finalmente, no puede ser él. Y si Mariano, de pronto, se despierta y los pilla en plena intriga, Javier coge la pandereta y la Cospedal la zambomba y ambos dos se ponen a cantar: «Hacia Belén va una burra, ring, ring…».
La larga espera de la nominación del candidato europeo está creando otra vez una colección de intrigas y traiciones en el seno del PP similar a las que hace casi un año provocó Rajoy con la lista al Congreso por Madrid, por la que suspiraban Aguirre y Gallardón. Pero el gallego mantiene esta crisis en su particular pudridero a la espera de desvelar, cuando menos se lo esperen, su suprema decisión.
Marcello