Eurovisión: un ridículo rentable para España

Han pasado ya 52 años desde que debutáramos con Conchita Bautista en Eurovisión, y ahora mismo ni "Europa vive una celebración", como entonó Rosa en Tallín, ni por supuesto España "vive cantando", como se pavoneaba Salomé en el segundo y último triunfo español en el certamen hasta la fecha. Desde entonces, Eurovisión se ha convertido en un logro imposible para los nuestros y, sin embargo, en todo un negocio para TVE, que sigue rentabilizando al máximo su retransmisión.
Se entró en el Festival con la intención del franquismo de proyectar a España en el panorama internacional, y ahora nadie quiere sacarnos por mucha crisis que haya o por mucho que otros países se hayan ido desmarcando de esta cita en los últimos años. Lo que para éstos era un desembolso económico innecesario, para nuestra cadena pública es una cifra asumible. Esa cantidad, que parecía uno de los grandes misterios de la humanidad hasta que en 2009 Luis Fernández, por entonces presidente de la Corporación RTVE, confesó que Eurovisión le costaba a la casa 285.000 euros (224.000 de esos euros por el canon que se paga a la Unión Europea de Radiodifusión), es ciertamente factible si se tiene en cuenta que supone entre cinco y 10 veces menos que lo que habría que pagar por cualquier programa de ficción de los que se emiten actualmente en el horario de máxima audiencia.
A ese detalle habría que añadir el de que además, a diferencia de la mayoría de esos espacios, cuenta con la seguridad del beneplácito del público, como quedó una vez más reflejado el año anterior, en el que la participación de Pastora Soler con su "Quédate conmigo" se saldó, al margen de con su décimo puesto, con unos registros de 6.542.000 espectadores de audiencia media y una cuota de pantalla del 43,5%.
La UER se rige en este sentido de los precios por la lógica de que los países tienen que pagar en función de su dimensión, y que por tanto los más grandes le deben abonar cantidades mucho más altas que las de naciones como, por ejemplo, San Marino. Vamos, que incluso RTVE no vería con malos ojos el pagar más si fuera necesario por seguir siendo el único país histórico que desde su debut en 1961 ha participado ininterrumpidamente en todas las citas eurovisivas.
Fiasco musical
Quizá el único motivo que podría llevar a España a replantearse su participación en Eurovisión sería el desastroso papel que, en la mayoría de las ocasiones, vienen teniendo nuestros representantes, como bien demuestra el hecho de que en la última década sólo en una ocasión se hayan situado entre los diez más votados (Beth logró el octavo lugar en 2003 con "Dime", en Riga). En ese periodo de tiempo, Ramón del Castillo fue 10 con "Para llenarme de ti" (2004), Son de Sol 21º con "Brujería" (2005), Las Ketchup repitieron en el 21º lugar con "Un Bloody Mary" (2006), D'Nash "mejoró" con su 20º puesto con "I love you my vida" (2007), Chikilicuatre fue 16º con "Baila el chiki-chiki" (2008), Soraya se fue al 23º con "La noche es para mí (2009), Daniel Diges llegó al 15º con "Algo pequeñito" (2010), Lucia Pérez se quedó en el 23º con "Que me quiten lo bailao" (2011) y Pastora Soler rozó la hombrada con su 10º lugar con "Quédate conmigo" (2012).
Claro que tampoco los grandes nombres, como Julio Iglesias, Karina y Mocedades pudieron en los setenta reverdecer los éxitos de Massiel (1968) y Salomé (1969), pese a que el primero quedó cuarto y la rubia cantante y el variopinto grupo se hicieran con sendos segundos puestos, el mismo lugar en el que quedaría en 1979 Betty Missiego, a la que le hizo perder precisamente España, que era la última que votaba y que le dio a Israel los 10 puntos con los que ganó. Ese detalle hizo que muchos pensaran que a nuestro país no le interesaba mucho volver a organizar un festival, por el importante desembolso económico que conllevaba.
Los años ochenta y noventa fueron una sucesión de fracasos, con excepciones como Bravo (3º en 1984), Azúcar Moreno (5ª en 1990), Sergio Dalma (4º en 1991) y Anabel Conde (2ª en 1995). También fueron dignos el 6º puesto de Marcos LLunas (1997) y David Civera (2001) y, cómo no, el séptimo de Rosa (2002), dando pasó a la hornada de "triunfitos" con la que se pretendía revitalizar el papel de España y que lo único que hizo fue, cómo no, revitalizar las audiencias de TVE.