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Ética y estética del traje

Escribo este artículo con gran sacrificio. Les explico: una de mis manos no deja de temblar, al contrario de lo que le pasa al señor Rajoy que aseguró que a él no le temblaría si comprobase algún caso de corrupción. La otra como habrán supuesto: la tengo quemada. No solo ella, todo el brazo. Dije eso tan potente de que ponía la mano en el fuego por no quiero acordarme de quién y resulta que las quemaduras han resultado de tercer grado. Por supuesto todo ello es simbólico, pero quemar, quema. En el alma una barbaridad y además se te queda cara de tonto.

¿Es que no hay un político del PP que se compre un traje?

Pero como he nacido en Sabadell y además soy también (por parte materna y por matrimonio) de Béjar, que son dos ciudades con extensa tradición textil, hay algo que me indigna profundamente en todo este lío de corrupciones, sobres y regalos: ¿Es que no hay un político del PP que se compre un traje? Primero en Valencia y ahora parece ser que en Madrid. Después de esto ya no sé si vamos a tener que ir alcaldía por alcaldía. Se diría que llegan desnuditos al cargo. En cualquier caso: ¿Me pueden dar la razón por la cual la vestimenta se la tienen que regalar los partidos o los comisionistas? Tampoco son tan caros e incluso actualmente, los de color marrón, están tirados de precio.

Me dirán que con mis raíces no puedo ser objetivo y tal vez tengan razón, pero no me la quitarán si les aseguro que en el regalo tienen la penitencia, ya que a la mayoría no les sientan tan bien. No los saben llevar. El problema parte de considerarlos como gastos de representación y así van: "representando", con poca naturalidad y en general, nada adecuados. El señor Aznar marcó tendencia al asistir a una cena en la Costa Brava con bermudas y un polo símil del Celtic de Glasgow y en otra ocasión fue con gabardina a un acto solemne en Londres. El abrigo del señor Bárcenas ha sido la última sensación. Seguimos igual.

No quiero pensar si sus bolsos corruptos han sido comprados a los simpáticos senegaleses

Mi indignación me ha llevado a emitir estas afirmaciones que supongo les dolerán mucho más que si denuncio otros defectos, algunos de ellos gravísimos, aunque para su ego presumido debe ser espantoso lo que estoy escribiendo con una mano temblorosa y la otra quemada. Pues lo siento, pero esto es lo que hay. Como dicen ellos.

Lo de las señoras ya es algo insuperable. Entrar en presunta corrupción por un bolso de Louis Vuitton, el clásico, el de toda la vida, el que tiene mil falsificaciones, que algunas son imperfectas, pero otras están tan bien hechas que solo las puede identificar mi hija, es de aurora boreal. No quiero pensar si encima de todo el follón, sus bolsos corruptos hayan sido comprados a los simpáticos senegaleses que ofrecen su mercancía por las calles italianas.

Siempre se ha hablado de conjugar la ética y la estética, bueno pues aquí falla todo. La ética, la estética, las corbatas, la elegancia, los trajes, los zapatos, la cultura, los bolsos, la laca, los viajes, los coches, los áticos y los sobres. Todo menos el confeti de los cumpleaños.


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Paco Fochs