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De cuando Menéndez Pelayo secuestró a Maika Makovski

Aquel año en que anduve de road manager, me cupo la ventura de representar a la potentísima, bellida, esmaltada y mirífica Maika Makovski, la que se echa al muslo la guitarra cual capote para recibir a la bestia con verónicas de pierna flexionada.

Pero en esta ocasión, la bestia era un orangután temible.

Los orangutanes son los únicos primates, con los hombres, que agreden y hasta violan a las hembras humanas si están ellas cerca y en los días de su periodo catamenial (lo cuenta la primatóloga Carole Jahme, en su libro Bellas y bestias. El papel de las mujeres en los estudios sobre primates). No fue, empero, que a Don Marcelino Menéndez y Pelayo, que participaba en un plató contiguo a propósito de un programa religioso, le diera por semejante vesania, tan rijosa.

Fue que, apenas le llegó el sonido de una canción de la bella Maika Makovski, montó en cólera, se dirigió hasta donde grabábamos, y sacándose de la liga del calcetín una navaja, se hizo fuerte reteniéndola por el cuello con el filo.

Decía Don Marcelino que esa música era extranjerizante, de negros. Y que como bien lo dijera Cánovas del Castillo al periódico francés Le Journal, en 1896, "todos los que conocen a los negros le dirán que en Madagascar, como en el Congo y en Cuba, son perezosos, salvajes, inclinados a obrar mal, y que es preciso manejarlos con autoridad y firmeza para obtener algo de ellos".

–Calma, Don Marcelino –rogué al orangután–. Ella sólo es morena.

–¡Y extranjera! –clamó el violento primate.

–¡No! –repliqué–. Es mallorquina, de padre moldavo, sí, pero de madre andaluza. Fíjese, Andalucía… ¡La patria chica de la Jurado, lah maj grandeh de todash!

Ni modo.

–¡Me da igual! –gritó sin dejar de apretar su navaja contra el cuello de Maika–. Es blasfema y extranjerizante, y como dijo de mí el cardenal Herrera Oria, "consagró su vida a su patria. Quiso poner a su patria al servicio de Dios". Recuerde usted, joven impío –añadió– lo por mí escrito: España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio, esa es nuestra grandeza y nuestra unidad... No tenemos otra.

Maika Makovski, por ventura, es dama tan potente y decidida y elegante, en esencia, como en la escena.

Aprovechó el arrebato lírico de Don Marcelino; rauda, llevó sus manos a las muñecas del orangután –que no las tuvo tan fuertes como aseguran los veterinarios y los etólogos–, apartándolo de sí, girándose y atacándolo con un codazo al mentón.

Luego llegaron los del zoológico de la Real Academia de la Historia y se llevaron al orangután, prometiéndole su presidencia para resarcirlo. No hubo que anestesiarlo con un dardo.

Siguió la grabación. Maika Makovski, perfecta, celestial.

Evoqué unos versos de Oquendo de Amat:

Mujer

mapa de música claro de río fiesta de fruta.

 

 

 

 

  

  

 

 

   

 

 

 

 

 

 

 

 

José Luis Moreno-Ruiz