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Mafia o hipocresía

La política española desde hace tiempo se encuentra empantanada en un cenagal lleno de barro y lodo donde los bulos, las mentiras, los insultos y la destrucción de la persona campan a sus anchas sustituyendo al debate de ideas y propuestas y a la legítima confrontación ideológica. 

 

El modelo de hacer política inventado por Steve Bannon basado en la mentira y el insulto y cuyo máximo exponente es Donald Trump es imitado a pies juntillas por la derecha y la extrema derecha de nuestro país. La política actual va de emociones. La mentira y el insulto generan más cercanía que los argumentos racionales. También más retuits, más “me gusta”. A la mentira le basta con una sola frase. Las verdades requieren explicaciones más complejas. La política ha entrado en el imperio de la exageración y la mentira, eficaces instrumentos en una época dominada por la capacidad de controlar el relato político y de convertir las percepciones públicas en la única realidad que cuenta.

Aquí en España Isabel Díaz Ayuso lo entendió rápidamente (o quizás deberíamos decir MAR) y es quién de manera más exitosa ha conseguido replicar esa nueva forma de hacer política de tierra quemada. Bien es verdad que Ayuso no solo cuenta con la eficacia del exabrupto y el eslogan fácil y directo. Detrás de ella hay todo un ejército de medios de comunicación y pseudomedios, copiosamente regados con dinero público, dinero de todos los madrileños, que le ríen cada gracia, que justifican cada exceso, que tapan sus escándalos, al tiempo que exigen a los demás un rasero que para ella nunca aplican.

 

Los dos años transcurridos desde que Pedro Sánchez convocó elecciones generales en julio de 2023 han sido los más crispados de las últimas décadas. Todo ello a pesar de que España es hoy en día una rara avis, una excepción, casi el único país europeo donde la extrema derecha no es la primera o la segunda fuerza política. Se podría pensar que la ola reaccionaria que recorre el continente no ha traspasado los Pirineos, nada más lejos de la realidad. Desde hace ya tiempo el PP de Madrid con Isabel Díaz Ayuso a la cabeza lidera las posiciones de extrema derecha en nuestro país.

 

La influencia ultra del PP de Madrid irradia y contagia al resto del partido. Del Feijóo recién llegado a la presidencia del Partido Popular nacional que prometía hacer una “política para adultos” hemos pasado al Feijóo que convoca una concentración en Plaza de España bajo el lema “mafia o democracia” contra el Gobierno de España. Feijóo trata de justificar su convocatoria en la lucha contra la corrupción, pero lo hace mientras que el Secretario de Estado de Interior del último gobierno de su partido ha sido encarcelado por corrupción. Lo hace mientras el novio de Isabel Díaz Ayuso está acusado de dos delitos de fraude fiscal, otro más de falsedad documental y otro por corrupción en los negocios. Lo hace desde la sala de prensa de una sede remodelada con dinero negro de la corrupción de su partido. Lo hace en nombre del PP, único partido condenado por corrupción en España tras innumerables casos (Púnica, Lezo, Gürtel, Bárcenas, Kitchen, etc…) ¿Cabe más desfachatez? ¿Cabe más ridículo? 

 

El PP se permite llamar mafiosos a los demás mientras su presidente, Feijóo, se paseaba en un yate con un narcotraficante. Y dicen que en este país hay mafia. Mafia no, pero hipócritas, no cabe uno más. Olvidan con mucha rapidez los tiempos no tan lejanos en los que los clanes del PP de Madrid encabezados por Granados e Ignacio González competían en lucha encarnizada por hacerse con el “negocio” de la corrupción en la Comunidad de Madrid. O los casos de espionaje entre dirigentes populares madrileños. Los Corleone, Barzini o Tattaglia, insignes familias mafiosas de El Padrino, unos aprendices a su lado.

 

Mientras España se enfrenta a retos trascendentales para nuestro futuro, en un contexto internacional de desafíos enormes y de incertidumbres desconocidas, la oposición anda enredada y entretenida en desestabilizar al legítimo gobierno que ha de resolverlos. Lo que hace falta es una oposición mínimamente seria que ocupe su tiempo en los problemas de la ciudadanía. Por favor. Todo el día con España en la boca, para vivir de ella, pero ni una alegría cuando el país marcha bien y nuestra economía es ejemplo para el mundo. Desgraciadamente están instalados en el cuanto peor le vaya a nuestro país, mejor les irá a ellos políticamente. Hace demasiado tiempo que dejaron de ser útiles para los españoles y españolas.

 

Los buenos datos económicos están ahí, la economía española es la que más crece de los países de la zona euro. Las cifras de España asombran en el extranjero. Sin embargo, la fragilidad parlamentaria del Ejecutivo acentúa el divorcio entre los buenos datos económicos y la crispación política agitada por el PP. No cuenta en su favor la actual separación entre economía y política, que embarra los resultados en la atmósfera de crispación y resentimiento. 

 

Puede haber elementos de desgaste del Gobierno que, de momento, tienen más que ver con la inestabilidad de su mayoría parlamentaria o la persistente ausencia de Presupuestos que con los casos judiciales inflados y propagados por la derecha que agitan el día a día de la batalla política. Siempre partiendo de la deslegitimación inicial y sistemática por parte del PP. A pesar de todo ello la intención de voto para el PSOE aguanta mientras su alternativa no despega. El PP no amplia su base social y sigue sin recoger frutos de una escalada verbal que empieza a agotar. Recientemente el barómetro de un importante medio de comunicación ofrecía un dato especialmente relevante. Se preguntaba por las preferencias para gobernar el país. Pedro Sánchez era el primero, con una diferencia sobre el segundo de más de siete puntos. Lo sorprendente era que el segundo era Santiago Abascal y no Feijóo. Eso explica seguramente la tensión con la que el Partido Popular vive los días previos a su congreso en el que debe renovar su plataforma política y ratificar a su líder. 

 

El PP debería reflexionar sobre las razones para esta debilidad y su relación con la incapacidad para despegar en las encuestas. Quién llegó con el aura de su experiencia de gobierno en Galicia y un supuesto perfil moderado resulta que genera menos confianza que un radical populista como Abascal. Con la campaña de agitación permanente, la dirección del PP desvía la atención del vacío de su alternativa. Una vez más evidencian lo que son hoy en día, una oposición estéril que vive instalada en el tactismo y que es incapaz de construir un modelo de país con políticas dirigidas a la ciudadanía.