Lejos quedan ya los primeros escraches que se produjeron en nuestro país, allá por el 2010. Uno de los más comentados fue el que sufrió en su domicilio el entonces ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón durante el trámite de la controvertida reforma de la Ley del aborto que trató de impulsar infructuosamente. Salió Gallardón a la puerta de su casa para pedir, por favor, que respetaran su domicilio particular donde vivía su mujer e hijos. Quizás este fue el primer hecho, por lo mediático, que puso la palabra escrache en la mente de los ciudadanos españoles. Hubo un antecedente de acoso y linchamiento personal a una figura pública o a su familia, en este caso a través de las redes. Lo sufrieron las hijas del Presidente José Luís Rodríguez Zapatero, a raíz de unas imágenes durante una visita a la Casa Blanca. Los insultos, las burlas y la violencia verbal que sufrieron fueron vejatorios y deleznables. Desde entonces, este tipo de actos absolutamente execrables los han sufrido todo tipo de personalidades públicas y particulares, con especial incidencia en el ámbito de la política, afectando a todo el arco ideológico: Soraya Sáinz de Santamaría, Cristina Cifuentes, José Luís Ábalos, Óscar Puente, Pablo Iglesias, Irene Montero, Manuela Carmena y un largo etcétera.
El último caso impactante de este tipo de actos lo hemos tenido esta pasada Nochevieja cuando un grupo de exaltados que protestaban en las inmediaciones de la sede del PSOE ahorcaron y apalearon hasta romperlo a un muñeco que representaba al Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al grito de “esto es lo que hay que hacer con el de verdad”. Ni fue un incidente aislado, ni fue espontáneo. Era el punto y seguido a una estrategia diseñada y desarrollada por la extrema derecha en los últimos dos meses basada en el señalamiento, en el acoso y el hostigamiento al PSOE y sus dirigentes, con el silencio cómplice del Partido Popular. La protesta frente a la sede federal del PSOE en Nochevieja estaba promovida, al igual que las anteriores por grupos y organizaciones cercanas a Vox, como la organización juvenil Revuelta, que emitieron en directo la concentración a través de sus canales.
Más allá del recorrido que puedan tener las diferentes vías legales emprendidas por el PSOE contra los participantes, organizadores y presentadores de la retransmisión que se hizo de la protesta en un canal de Youtube, hechos todos ellos presuntamente constitutivos de estar incluidos dentro de un delito de odio, lo que realmente nos debe de ocupar y preocupar es que no haya contundencia y unanimidad en la condena de estos hechos o de otros similares que se produzcan o se hayan producido. La tibieza de Feijóo y la inmensa mayoría de dirigentes del Partido Popular es escandalosa, con la casi única excepción del presidente de la Junta de Andalucía.
El silencio cómplice, las vergonzosas justificaciones, el “y tú más” y tantas otras actuaciones y declaraciones que hemos visto y oído estos días provenientes de las filas de la derecha democrática española no hacen sino dar aire a la extrema derecha y normalizar la violencia, los insultos, el acoso, la intimidación verbal y a veces la física. Especialmente llamativa me ha parecido escuchar a la Vicealcaldesa de Madrid, Inma Saez, en la reprobación de Ortega Smith tras la agresión a Eduardo Fernández Rubiño. Más de diez minutos de su intervención dedicados a encadenar reproches, descalificaciones y acusaciones a la izquierda, y solamente veinte segundos a decir que iban a reprobar a Ortega Smith. Tenía razón la vicealcaldesa cuando dijo en su intervención que “la violencia no cabe en democracia, tampoco su impunidad” pero se equivocó de los destinatarios, se tenía que haber dirigido a Vox en primer término y a su propia bancada, con ella misma a la cabeza. La hipocresía y el sectarismo tiene estas cosas, no te dejan ver la realidad y te hacen perder el sentido del momento y el lugar.
Todo esto no son hechos aislados, no son anécdotas, no forman parte del pasado. Si no estamos unidos en la condena clara y contundente terminaremos normalizando la violencia y la exclusión política. No sirve que sólo algunos demos ejemplo. Hay que ser firmes frente a quienes tratan de hacer del odio, la crispación y la polarización una forma de hacer política. Sea quien sea, en esto no caben ambigüedades ni distinciones por las ideologías. De otro modo, terminaremos erradicando de la política su valor transformador y rebajando la calidad democrática de España, haciéndole el trabajo sucio a quienes tratan de cavar trincheras para dividirnos entre buenos y malos españoles y enfrentarnos.
Seamos contundentes en la denuncia pública de los gestos y de las palabras que inciten a la violencia, antes de que tengamos que lamentar hechos más graves. Los socialistas madrileños creemos que antes de la violencia vienen las palabras, lo hemos dicho en la Asamblea de Madrid muchas veces. Es necesario parar la espiral verbal para no dar entrada a la espiral violenta. No es jarabe democrático como decían algunos, ni son cosas que pasan como consecuencia de decisiones políticas que se toman como dicen otros. Es violencia, es odio y debemos actuar con seriedad para pararlo. Como dice mi portavoz, Juan Lobato, hay que ser coherentes. Por encima de la política están las personas, su bienestar, y el principal trabajo de un político es generar convivencia y procurar que las personas vivan bien.