sábado, abril 27, 2024
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A Sánchez no le encaja la Corona

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Se consumó. El presidente Sánchez, que no muestra rubor alguno en sus innumerables contradicciones –dejémoslo ahí-, no dudó en mancillar la dignidad de nuestra primera Institución. El oprobio lo padecerá él, y no tanto por su particular y narcisista entramado mental -espejito, espejito, dímelo tú-, sino por el motivo de tal magnicidio moral: el veto a la Corona, por vez primera, en el principal acto judicial en Barcelona a cambio del voto de los independistas catalanes para aprobar sus presupuestos. El veto a España por el apoyo de quienes la descuartizan.

A raíz de ese veto se han encendido los regueros de pólvora para dinamitar la monarquía, que es dinamitar el régimen del 78.  Sánchez, con sus silencios, se erige en anfitrión de una fabulosa bacanal acariciando la lujuria del placer presupuestario de populistas, independentistas y filoterroristas. Pablo Iglesias aseguró en el templo de la democracia que el PP no volvería nunca a gobernar. En el mismo sitio, en la deriva de la Segunda República, el diputado socialista Angel Galarza, condenó verbalmente a Calvo Sotelo: «Pensando en su Señoría encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida».

El problema de Pedro Sánchez con el Rey, además de sus cómplices silencios, va más allá de lo que éste representa.  De Felipe VI no le molesta tanto que encarne la permanencia de la unidad de la Nación española, sino el que es el único que, al saludarle, le tiene que mirar hacia arriba. Y eso no queda bien es sus fotos a lo Kennedy. No me refiero al aspecto físico, que también, es que el presidente sabe que es el único que le hace sombra y puede condicionar sus planes de supervivencia en la legislatura Frankenstein.

Los silencios de Sánchez, frente a las arengas antimonárquicas de sus socios, duelen más que la más severa de las críticas. Es la táctica del cobarde, no habla, calla, pero otorga. Debería revisar la historia de su propio partido; no, no, no fueron 100 años de honradez (y 40 de vacaciones), las tinieblas de la Segunda República ensombrecen y rompen cualquier trayectoria democrática. Puede optar por jugar a Largo Caballero o a Julián Besteiro. Muchos de sus barones y la referencia básica de Felipe González, le insisten en que no rompa la baraja, alineándose implícitamente en una defensa a ultranza de nuestra monarquía parlamentaria*.

Como en la Cenicienta, a veces pienso que el problema de Sánchez es que no le vale o no le encaja la Corona, su ansiado zapato de cristal. Pero la desea desesperadamente porque sabe que es la joya de la Nación. Qué le vamos a hacer, tiene los pies demasiado grandes.

*De los 20 países más prósperos del mundo, 12 son democráticas monarquías   parlamentarias.

Emilio Fernández-Galiano

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