viernes, abril 19, 2024
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Europa para un liberalismo difunto

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Con la desaparición de Tzvetan Todorov, el liberalismo europeo pierde un referente y un inspirador. A la vista de los extremos que campan por Europa, por Estados Unidos y por España misma, parece que el liberalismo va de capa caída. Este consiste en defender la libertad del hombre, en la fortaleza de la sociedad civil y en poner coto a los poderes apabullantes de las administraciones y de las grandes empresas.

Liberalismo no es idéntico a la democracia. Hemos confundido el voto con la verdadera democracia y los partidos políticos se han erigido como la única vía de participación política y social. Los ciudadanos hoy estamos casi sin poder. El voto es una condición necesaria pero no suficiente, es solo un medio de la democracia, pero no basta para garantizar la libertad, a veces sucede al contrario. Los enemigos íntimos, secretos, de la democracia existen, como nos recordaba el fallecido pensador francés de origen búlgaro.

La UE, teórica defensora de un liberalismo cuya fundación justificaba en sus albores, hoy no lo es, y suscita creciente rechazo pues está a la defensiva, parapetada en normas y burocracia. Si alguien pensaba que Juncker es el representante del liberalismo podemos decir que con amigos como éste no necesitamos enemigos.

En España, el liberalismo que hubiera podido ser, el que algunos soñaron en 1977 y 1978, ha caído en las redes de cuatro administraciones superpuestas, agobiantes: ayuntamientos, diputaciones, autonomías y Estado. Nos acogotan cada vez más sin casi darnos vela ni voz. Las administraciones que pesan sobre nosotros como un fardo nos salen carísimas para los servicios que prestan, no nos defienden ni nos protegen de las rapiñas, de los atentados al medio ambiente. Es más, hay algunos que quieren incluso la independencia para crear más Estados, para controlar más.

Ha tenido que ser un tribunal internacional quien meta en cintura a los bancos para que devuelvan las abusivas cláusulas suelo pues todas nuestras instituciones de control fueron incapaces de hacerlo. Es decir, los poderes de las grandes finanzas encuentran su apoyo en el Estado (los bancos parece que nunca van a devolver los 26 mil millones de euros que el país les prestó) y el Estado sólo acude cuando ya es tarde.

Tuvimos pensadores liberales de sensatez, hondura y franqueza, desde María Zambrano o José Gaos, y hasta Ortega. Los liberales, como Azaña, no consiguieron controlar las fuerzas extremas y hoy llegamos casi ayunos de verdaderos liberales en las organizaciones de poder. Los liberales residuales están en sus despachos, marginados, no escuchados. El liberalismo no tiene quien le escriba ni quien le escuche.

¿Hay genuinos defensores de la libertad en las altas instituciones estatales y autonómicas? No lo parece o, si los hay, están bastante callados.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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