miércoles, abril 24, 2024
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Engañados como chinos

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El otro día hablábamos de esa imagen tan evocadora que relaciona los libros de una biblioteca con las cerezas de una cesta. Un magnífico ejemplo, que entonces no mencionamos, es el de una gran novela de Torrente Ballester donde, al hilo de las aventuras de Filomeno, aparecen algunas de las mejores obras del siglo diecinueve portugués. Entre éstas, naturalmente, destacan las de Eça de Queirós, cuyo aniversario acaba de conmemorarse en Lisboa con la solemnidad y el rigor que caracterizan a las celebraciones lusitanas.

Hace tiempo que uno sospechaba que el gran escritor europeo del siglo XIX no es otro sino el periférico Eça. A todos nos conviene releer a menudo sus obras. No hace falta que insistamos de nuevo en cualquiera de sus grandes novelas, ni tampoco que recordemos a su genial alter ego, Fradique Mendes, ni siquiera las travesuras literarias imaginadas con la complicidad de los Vencidos de la Vida, ese grupo irrepetible que hubiera cambiado la historia europea de haberse reunido en cualquier figón de París en lugar de en el Grémio Literário de Lisboa.

Lo que ahora y siempre es necesario al hablar de Eça de Queirós es recordar su ejemplar labor humanitaria, precursora de la tantos otros diplomáticos portugueses, como Arístides de Sousa Mendes.

El primer destino de Eça fue cónsul en La Habana. En 1872, la labor en Cuba del joven Eça se caracterizó, sobre todo, por algo que provocó el estupor de las autoridades y de los colonos españoles: puso bajo su protección a una multitud de trabajadores chinos que, desamparados y en condiciones cercanas a la esclavitud, llegaban por millares a los puertos cubanos.

El perverso sistema que se había desarrollado consistía en reemplazar los antiguos esclavos por mano de obra china, en su práctica totalidad embarcada en el puerto de Macao, entonces bajo soberanía portuguesa. Se les obligaba a firmar un contrato de ocho años, que sería renovado si los chinos no pudiesen regresar a Macao, ya fuera por falta de medios económicos o de los documentos necesarios. Tantas fueron las víctimas de tan siniestra estafa que, desde entonces, existe la expresión algo mordaz para afirmar, cuando a alguien se le toma el pelo, que se le engaña como a un chino.

Como luego harían otros cónsules portugueses en la segunda guerra mundial, Eça de Queirós no sólo emitió miles de salvoconductos sino que facilitó los créditos necesarios para hacer posible el regreso a China de tantos desgraciados. Sus protestas y numerosas gestiones salvaron a muchos chinos esclavizados, pero no consiguieron modificar un sistema anclado profundamente en las Antillas y en los Estados Unidos. Precisamente, el propio Eça efectuó un viaje a Florida y Virginia para comprobar las penosas condiciones en las que muchos de sus compatriotas de las grandes plantaciones de Florida y Virginia sufrían una explotación semejante a la de los chinos en Cuba. En este caso, a pesar de los vehementes informes remitidos a Lisboa, lo único que consiguió fue que las autoridades portuguesas no se dieran por enteradas y le trasladaran al triste consulado de Newcastle.

Ignacio Vázquez Moliní

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