jueves, marzo 28, 2024
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Así ganamos la guerra

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El bar tiene grandes cristaleras y desde fuera se puede ver todo lo que pasa. Están los hombres, en su hábitat, reunidos entorno a sus grandes conversaciones que se vuelven inexplicables al acercarse. Y hay una mujer separada del resto. Es la única que mira hacia la calle. Con las piernas cruzadas y la vista en un punto lejano, parece observar el mar o desear la resurrección de los muertos. En un tiempo antiguo, cuando el partido lo retransmitían en la tele pública, en el bar, a media tarde, se oficiaba un silencio espeso. Una mujer sola mirando a través de los cristales, tenía un peso y una interrogación detrás. Cada hombre estaba ajeno a los demás, inmerso en su copa de coñac y sus misterios conyugales. Los gestos cuidados de la mujer anunciaban un drama interior que ella llevaba con resignación y orgullo. En el libreto de la obra, dicen que ha dejado pasar la vida sin inmiscuirse en ella. Un melodrama sin crescendo ambiental.

En los 30 primeros minutos del partido, el ambiente  del bar recordaba a la edad clásica. Sin música, ni fútbol, ni el zumbido burlón de la máquina tragaperras. Por alguna razón no funcionaba el volumen de los televisores -dispuestos a ambos lados del bar; nadie puede escapar- y tampoco se echó en falta. Lo que estaba sucediendo en las pantallas, encogía al espectador, que no se atrevía a comentar siquiera.

Un Madrid tomado por el medio por la Real Sociedad, resistiendo sin venirse abajo, pero incapaz de hilar un discurso coherente en campo contrario. Tan lejos del gol, que era imposible mirar a la pantalla sin acordarse del ausente Cristiano. La pelota pasaba por los pies de niña de Canales y cobraba luz en el ataque de la Real.

Los dos puntas, Griezman y Vela, no llegaban a desbordar a la defensa, pero arrinconaban al Madrid demasiado lejos del área contraria. Isco seguía sin articular un lenguaje acorde con el resto del equipo. Se le escapó la zancada del otro día y volvió a su juego de pequeños pespuntes, tan inocuo como irritante. Allá a lo lejos, Karim y Bale, resoplaban. Era Modric el que hacía viajar a la pelota a zonas sin contrarios, el que iniciaba la jugada abortada dos pases después, y el que se echaba encima del rechace como si le fuera la vida en ello. En el silencio del bar, el Madrid parecía un ejército de autistas incapaces de socializar unos con otros, obsesionados con la repetición del mismo truco, e incapaces de dar con el plan general. 

Hasta que Bale se fue a la izquierda e Isco a la derecha. Fue así de fácil. Un cambio táctico de los que hacen felices a un entrenador. Bale abrió el campo un millón de kilómetros, e Isco comenzó a sacar la pelota con menos preocupaciones. De repente había sitio para jugar y la portería, antes tan lejana, estaba a tiro de piedra de Karim. Aún así, había musgo y mucha gente en lo que durante cinco años ha sido la diagonal de Cristiano. Cuando está él, ese movimiento parte al equipo contrario en dos, y provoca a la vez atracción y repulsa de los defensas. Brotan los espacios y todos comen de ahí. La oportunidad no llegaba todavía, pero los Donostiarras ya no miraban a la portería del Madrid, sino a los jugadores del Madrid.

En el minuto 45, Benzemá recibe en un área superpoblada y encadena dos regates y un disparo. La primera vez que Karim abrió los ojos, convirtió algo menos que una ocasión en una jugada al límite del gol. De entre los jugadores de la Real, surgió el pie de Illarra, que repele el rechace y lo clava en la portería. Gol, gritan con ansia los señores del Bar y se llevan con ello el silencio de la primera parte. La mujer levanta la mirada y la clava en la pantalla de la tele, que ha empezado a emitir sonidos. Tiene una expresión de desagrado en la cara. Vuelve la vista al otro lado, queriendo escapar, pero es inútil, hay otra pantalla más grande todavía. La gente está danzando a su alrededor. Saca con ceremonia el dinero del bolso, pero nadie la observa. Su teatro no sirve, se viene abajo con la alegría barata que provoca el gol del Madrid. Se marcha del Bar como si fuera un personaje de otra época.

La segunda parte lleva dentro algo irreversible. Una decantación de un estilo, o de algo cercano a eso. Lo que se dio en los últimos meses de Carlo, y se resquebrajó contra el barça por causas explicadas en el tercer tomo de la sintomatología del madridista invencible. Para la Real cruzar el mediocampo era como adentrarse en el Sahel. Los jugadores madridistas iban y venían por el ataque hilvanando largas posesiones y recuperando la bola al instante en caso de perderla. Cada 7 minutos surgía una oportunidad. Primero fue un acercamiento: un travesaño de Ramos, y otro precioso de Karim en un disparo de larga distancia avisado por megafonía.

Al poco, la presión madridista provocó el error: Un mal saque del portero le cae a Bale con una llanura por delante. Dispara en un pestañeo y la pelota lleva una inercia asombrosa. Dá la impresión de que sino la para la red, continuaría por el mundo hasta llegar al punto de partida. A partir de ese momento, la Real se vence y se suceden los cambios, el gol arrinconado de Pepe y la salida triunfal de Morata, que por increíble que parezca, le ha dado la vuelta a su sino y ha convertido su torpeza en carisma, y su voluntad en gol.

Di María salió al final y es difícil medir si su centrocampismo es un arma salvaje o una puerta abierta a la locura. Locura que no se lleva con este equipo: de orden, de bien y de movimientos predecibles. Pero el argentino dio el pase que no estaba en las escrituras; una comba que serpenteó de un campo a otro hasta encontrar la carrera de Morata, tan lejos de la meta que se pudo haber perdido en la planicie. Corrió con el balón entre los pies, moviendo los brazos como poleas activadas por su voluntad, y llegó a la cita con el portero con la distancia que tenía de salida. Algo muy difícil. Y todavía con vida, se la tiró al portero donde nunca iba a llegar.

No lo acabó de celebrar y puso cara de angustia. Pero el gol subió al marcador y parece que el Real ha cerrado su herida. A Carlo se le contrató para esto.

 

REAL SOCIEDAD, 0; REAL MADRID, 4

Real Sociedad: Bravo; Carlos Martínez, Mikel González (Rubén Pardo, m. 74), Iñigo Martínez, José Ángel (Ansotegi, m. 17); Zurutuza (Agirretxe, m. 62), Markel Bergara, Elustondo, Canales; Vela y Griezmann. 

Real Madrid: Diego López; Carvajal, Pepe, Sergio Ramos, Nacho; Modric, Xabi Alonso (Casemiro, m. 87), Illarramendi; Bale (Morata, m. 86), Isco (Di María, m. 81) y Benzema. 

Goles: 0-1. M. 44. Illarramendi. 0-2. M. 65. Bale. 0-3. M. 85. Pepe. 0-4. M. 88. Morata.

Árbitro: Hernández-Hernández. Amonestó a Xabi Alonso, Mikel González, Illarramendi e Iñigo Martínez.

Unos 30.000 espectadores en Anoeta.

Ángel del Riego

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