viernes, abril 19, 2024
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Iñaki en Catar

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Algo, probablemente el sentido común, se incomoda ante el anuncio del viaje migratorio de Iñaki Urdangarin a Catar, siquiera sea porque pudiera migrar demasiado, pero otra cosa, otro sentido, se alegra de que ese ciudadano pudiera al fin, merced a ese desplazamiento, ganarse la vida honradamente. Su amigo Valero Rivera, entrenador de la selección española de balonmano, está a punto de aceptar la oferta catarí de dirigir su selección, y no tendría inconveniente en llevárselo con él.

Que el marido de la Infanta pueda trabajar en algo de veras y recibir por ello un estipendio, no puede sino reconfortar a todos

Diríase que el ciudadano Urdangarin, acusado de haberse apropiado por la patilla de yerno real de ingentes sumas de dinero público con la cooperación necesaria de varios políticos corruptos, es de los que supone que viajando se deja uno a sí mismo, y a sus problemas, en el lugar de partida. En el fondo, muchos viajes nacen de ese propósito, de esa quimera. Lamentablemente para Urdangarin y para cuantos eso creen, todo viaje es, en realidad, un viaje interior, de suerte que cuando llegue a Catar, si es que no prospera la petición de que el juez le retire el pasaporte, se encontrará, sí, en un sitio muy moderno y muy feudal, con un calor de mil demonios y una cantidad tremenda de coches horteras, pero se encontrará, básicamente, consigo mismo, y cosido a su sombra, el marrón correspondiente.

Que el marido de la Infanta pueda, bien que gracias a algunas altas recomendaciones y a la acción del amiguismo, trabajar en algo de veras y recibir por ello un estipendio, no puede sino reconfortar a todos, particularmente a quienes pensaban que ese chico no tenía remedio, pero, cuidado, porque el trabajo que se le propone en la selección de balonmano catarí no estaría relacionado con el juego, sino con «las relaciones institucionales». ¡Arrea! ¿No eran «las relaciones institucionales», por llamarlas de algún modo, las que cultivaba el efímero duque en el Instituto Nóos? Por dios, Valero, ¿no podía usted haberle buscado otro acomodo, aunque fuera de masajista o de abanderado? En fin, ya veremos cómo sale la cosa, la última escala de esta criatura viajera que no sabe, pues intelectual no es, que todo viaje conduce inexorablemente al centro de uno mismo.

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Rafael Torres

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