La insistente y continua reapertura por la fuerza de los hechos del caso del asesino de Yolanda González, reabre al mismo tiempo el verdadero significado de conceptos’ multiuso’ tales como el de memoria histórica, cuyo itinerario en las legislaturas anteriores fue suficientemente frustrante y huero.
Creo que en verdad hay una memoria urgente que hay que activar de forma clara: es la memoria de lo reciente que tiende a dejarse pasar, por cercana, para terminar quedando descatalogada y expuesta a que el paso del tiempo la deforme y reduzca a una mera exposición de hechos sin importancia ni trascendencia, más allá de un valor relativo en la historiografía.
Siguiendo esta pauta, hay sucesos cuya relevancia solo es comprensible si aprehendemos el valor que tuvieron en el momento concreto, en la situación dada y en su contexto y en el importante significado posterior que fue generando en el transcurso del tiempo. La muerte brutal de Yolanda es, objetivamente, un acontecimiento del ciclo político de la transición, tuvo una trascendencia singular en aquel tiempo y ha supuesto, desde el suceso, una referencia para valorar la actitud y el comportamiento de los responsables politicos y, por ejemplo, para saber la verdadera dimensión de la infiltración fascista en los cuerpos de seguridad del estado que, mucho nos tememos, llega hasta ahora con fuerza y capacidad. Por eso, al descubrirse el trabajo policial de Hellín Moro, su ejecutor, en las cercanías del aparato de seguridad, aquella muerte terrible adquiere una nueva dimensión ética y moral que afecta directamente a personas que deben explicar por qué los cuerpos de seguridad están infectados por la extrema derecha.
La memoria de Yolanda es un acto de justicia, pero también es una herramienta democrática
La memoria de Yolanda es un acto de justicia, pero también es una herramienta democrática. El ayuntamiento de Bilbao borró recientemente una pintada que recordaba su figura. Subyacía en tan arrogante decisión la complicidad descubierta de la policía autonómica y el ayuntamiento para disimular la responsabilidad de la primera en la contratación de Hellín, el asesino del Batallón Vasco Español, en la formación de ertzainas. También, la colaboración del criminal con el ministerio del Interior pone en evidencia el alcance del comportamiento de quienes lo integran en sus diferentes dependencias.
Yolanda señala con su memoria los comportamientos de una sociedad democrática que adolece de muchas deficiencias. Muchas de ellas están en el origen de una sociedad moderna con fuertes anclajes en un sistema político y organizativo sin depuración real. La memoria de Yolanda es, pues, una herramienta de lucha democrática además de un acto de justicia. Es su papel en la transición un verdadero motor de cuestionamiento sobre la dimensión del modelo político al permanecer adherido a él, el siniestro juego de las tramas negras.
La memoria no tiene que tener sólo un alcance histórico en el pasado lejano; la memoria es una herramienta de responsabilidad que debe fijarse dialécticamente en los procesos políticos, también en los más recientes, como es el caso de la llamada transición. Y debe hacerlo de forma adecuada, respetuosa, y debe valer para demandar justicia y también para actuar políticamente, impidiendo que la realidad se imponga por la fuerza del poder y no por la de la razón.
Afortunadamente muchos ciudadanos, revindicando la memoria de Yolanda, ponen en la encrucijada un sistema que necesita todavía, sorprendentemente, una importante depuración en sus estructuras fundamentales, y un tratamiento del concepto de responsabilidad política que no se puede obviar ni con el silencio en lo que se refiere a los distintos gobiernos – incluido el actual -, o con la estúpida agresividad que supone el borrado de un mural para el recuerdo, en lo que afecta a las estructuras de autogobierno y del municipalismo vasco.
Rafa García-Rico – en Twitter @RafaGRico – Estrella Digital
Rafael García Rico