viernes, abril 19, 2024
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En un banco del parque

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A pesar de ser febrero, algunos naranjos estaban en flor y el olor a azahar inundaba las placitas del barrio de Santa Cruz.

Paseábamos como una pareja de enamorados y tapeábamos por los bares del centro de Sevilla y durante el paseo, él se paraba de vez en cuando para besarme en la boca, sin importarle que la gente nos mirase. Yo estaba absolutamente embelesada con aquel hombre apuesto y maduro que se comportaba como un adolescente. Ese comportamiento, podría deberse a la tarde de sexo que habíamos tenido. Hacía más de tres semanas que no nos veíamos y nos cogimos con ganas.

Después de pasear, cenar y reírnos con la gracia de los sevillanos, llegamos tarde al hotel y pensé que dormiríamos como troncos, pero no fue así.

Me lavaba los dientes y ya me había puesto el pijama de aspecto aniñado con osos estampados y  mi postura agachada sobre el lavabo debió excitarle ya que a su paso por mi espalda restregó su sexo contra mi culete. Levanté la cabeza y nos echamos a reír, pero no era broma, ya estaba en erección.

Seguimos jugueteando hasta que yo puse el cepillo en mi bolsa de aseo. A continuación él me bajó el pantalón y yo le facilité el que me penetrara por detrás. Mordía mi cuello, yo torcía la cabeza buscando su boca, como en la escena principal de Titanic, cuando los protagonistas se besan en la proa del barco. La tensión sexual iba subiendo, él metía sus manos debajo de mi chaqueta, buscando mis pechos, los acariciaba, yo también buscaba sus testículos, por debajo, acariciándolos…

Ya en la cama, me puse a cuatro patitas, buscando la penetración, pero sentí su lengua, lamiendo mi sexo, entrando en mi vagina y le pedí que entrara en mí, estaba a punto de tener un orgasmo. Antes de llegar al clímax, le dije que parase, me senté en la cama y lamí con pasión su pene embravecido, brillante. Mis movimientos masturbatorios, succiones, lametones en el glande hicieron que él me avisara de que estaba a punto.

Paramos para acomodarnos y estar lo más pegados posible, piel con piel, boca con boca, en tal estado de excitación conjunta y, acordándome de las prácticas orientales, le pedí que no se moviera, que se quedara quieto y se centrara en sentir, sólo sentir.  Quietos, abrazados… fundidos en uno, yo contraía y relajaba los músculos de mi vagina y él se sorprendía de que yo fuera capaz de hacer algo que no estaba en el guión, que le era desconocido hasta entonces… muy placentero. Su pene erecto, con la dureza que requiere la situación, era irresistible para mí, yo gemía, él suspiraba, ambos con la respiración un poco forzada y el pulso cardíaco perceptible. Sólo hicieron falta tres o cuatro contundentes empujones para alcanzar el orgasmo al unísono.

A la mañana nos levantamos creyéndonos los reyes del mambo. Teníamos tiempo para dar una vuelta en un día tan soleado. Pedimos a una pareja que nos hiciera unas fotos con una pequeña cámara que yo llevaba.

Cerca de la estación de Santa Justa, allí en el banco de un parque, nos prodigamos toda clase de frases tiernas. Yo estaba acurrucada sobre él, como una niña pequeña y él  me puso su chaqueta encima , estábamos tapados y el parque bastante solitario, algún transeúnte de vez en cuando, nos besábamos como preludio a una despedida.  Me desabrochó el botón del vaquero y metió su mano en mi pubis, acariciaba mi clítoris y yo me dejaba llevar por el erotismo y el atrevimiento que suponía estar en un lugar público… expuestos.

Metía sus dedos en mi vagina y yo intentaba hacer lo mismo con él, pero era más complicado, más evidente. Notaba su pene en erección y parecía que la bragueta iba a estallar de un momento a otro, pero lo que estalló fue mi garganta al soltar un gran suspiro de placer, el orgasmo fue similar a los que tenía con 18 años en el cine. Sólo quería comérmelo a besos. No me dejó tener el mismo atrevimiento con él, pero al llegar al párking de la estación, buscó una plaza de aparcamiento un poco alejada del bullicio y se dejó llevar.

Yo saqué su pene, todavía en erección y me lo metí en la boca, alternando besos y lametazos. La tensión que traía del parque, consiguió que se derramara rápido dentro de mí, caliente, con el sabor reconocible de su fluido que tanto me gustaba.

Las fotografías que nos hizo aquella pareja, son el único testimonio gráfico que ha quedado en el tiempo de aquella relación apasionada, única y que jamás he vuelto a tener.

Envíe sus relatos eróticos a [email protected]

 

 

El Rincón Oscuro

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