miércoles, abril 24, 2024
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Una batalla, no una retirada

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La tentación del columnista reside en universalizar el momento — presentar como excepcionales, predecibles o permanentes tendencias que son transitorias. Un derrotero es presentado como el destino. Una imagen puntual se da de sí hasta dimensiones épicas. Pero la historia — que se mueve a base de obstáculos temporales decisivos — no tiene ningún interés.

Hace ocho meses, el Presidente Obama estaba perdiendo el debate de la deuda pública frente a los congresistas Republicanos. Su popularidad estaba cerca
de mínimos históricos, desmoronándose el apoyo entre los independientes y esfumándose entre los Demócratas. «Me parece que sería buena idea», decía
el Senador independiente de Vermont Bernie Sanders, «que el Presidente Obama se enfrentara a algún rival en unas primarias».

Eso parece pertenecer ahora a una galaxia política diferente a la nuestra. Pero las presidenciales se celebran dentro de ocho meses.

Los Republicanos tienen en la actualidad sus problemas. El proceso de primarias no ha sido amable con su probable ganador. Mitt Romney ha sido vapuleado por una retahíla de rivales — en la práctica por la retahíla de donantes millonarios del Comité de Acción Política Republicano que gastaron de forma  extravagante en publicidad electoral negativa contra él. Romney en persona ha sonado en ocasiones como un empresario Republicano millonario — lo que no es una exageración en su caso — con el interés en el sector del automóvil de un comprador de coches de lujo y propietario de una escudería en las carreras de la NASCAR. La competencia por la candidatura ha resaltado las debilidades de Romney en la misma medida que ha sacado a la luz las limitaciones a la hora de trascender las fronteras entre clases.

La refinada educación de Romney no supone el problema entero. La oposición por su parte al rescate del sector del automóvil — con independencia de la explicación política económica — se suma a la desconfianza que genera entre la clase obrera. El uso por su parte del tema de la inmigración como cuña contra Rick Perry y los demás Republicanos ha complicado su atractivo en las generales para el voto hispano.

Pero Romney ha encontrado suerte en las debilidades de sus rivales. Si con el tiempo se hace con la candidatura, su fortuna puede quedarse.
Romney no se enfrentará a Bill Clinton en las generales. Obama tiene dificultades propias en los apartados de cercanía y atractivo para el votante de clase media-baja. La alienación masiva por su parte de la clase obrera blanca fue la noticia de los comicios legislativos de 2010 (los Republicanos ganaron en esta franja por una ventaja de 30 puntos). Los principales logros presidenciales de Obama — la reforma sanitaria Obamacare y la batería de medidas de estímulo económico — son demasiado impopulares para ser mencionados en compañía ideológica diversa. Está presidiendo una recuperación económica que en  términos históricos es débil.

Muchos entre los medios convencionales siguen manteniendo una imagen de Obama salida de las presidenciales de 2008. Pero es como la impresión que deja en la retina el fogonazo que se ha apagado. Obama es elocuente — pero rara vez resulta elocuente. Unifica — aunque se cuenta entre los presidentes más  polarizantes de la historia moderna. Es el fontanero de Washington — que ha ayudado a hacer que Washington se encuentre más averiado que nunca. Es el  post-partidista — cuando no saca su vena sindicalista Huey Long de mal humor (vea su discurso reciente ante el sindicato de trabajadores del sector del  automóvil UAW).

Tanto Romney como Obama sufren defectos graves. Ambos son candidatos serios y con credenciales — perfectamente capaces de alcanzar los 270 votos de los compromisarios. Van a apelar a un electorado dentro del que tanto Republicanos como Demócratas pueden dar por sentado alrededor del 46% del voto al tiempo que se disputan el 8% restante. Es posible que este voto en el aire, a un pelo del final, se decante de forma decisiva en un sentido u otro. Pero en la actualidad  no hay forma de conocer los factores — un actuación memorable en un debate, el conflicto contra Irán, la gasolina a 6 dólares el galón — que van a decidir esa  suerte.

Sí que sabemos unas cuantas cosas. Obama ganó en 2008 con el 53% del voto durante una conjura de la suerte a favor de los Demócratas — un candidato inspirador y desconocido contra un rival Republicano relativamente débil, en un país descontento y harto de guerra. Las condiciones para Obama en 2012 van a ser probablemente menos favorables.

Como yo lo veo, la actual popularidad de Obama en política laboral según Gallup es del 45% o menos en 12 estados clave — Arizona, Colorado, Florida, Indiana, Missouri, Nevada, New Hampshire, Nuevo México, Carolina del Norte, Ohio, Pennsylvania y Virginia. Son las condiciones políticas propicias para una reyerta entre Republicanos en el peor de los momentos.

Si este es el fondo que toca la fortuna política Republicana, muy profundo no es.

La estrategia de un candidato presidencial Republicano es evidente. Mientras se conservan los estados obtenidos por el Partido Republicano en 2008, tiene que recuperar Indiana, Virginia y Carolina del Norte — ninguno de los cuales es particularmente difícil. Tiene que ganar en Ohio y Florida por fuerza. Entonces sólo le hará falta ganar en un estado más.

Nada de esto es imposible — al menos en el caso de un candidato Republicano que no se llame Santorum ni Gingrich. Frente a Obama, Romney necesitaría disputar un encuentro sobresaliente, habiendo actuado de forma constante por debajo de esas cotas. Tendrá que preparar un mensaje de crecimiento económico y progreso social que inspire más allá de los dominios de las rentas altas.

Pero las predicciones confiadas de la derrota de Romney no son solamente prematuras. Son gravemente frívolas.

Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.

Michael Gerson

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