El Presidente Zapatero lleva buscando desde el inicio de su mandato la razón que dé forma e identidad a su presidencia. Eso pudo ser lo que impulsó aquella primera etapa del llamado republicanismo cívico. Aquello supuso un empeño en reconocer y aplicar derechos de nueva generación – con la igualdad como base fundamental- en nuestro ordenamiento jurídico, una forma abierta de hacer avanzar el discurso constitucional en una dirección progresista.

El mismo espíritu invocaba la reforma prevista en el abstracto concepto de “España plural”, que terminó abriendo la caja de los truenos nacionalistas en Cataluña, gracias a su ingenua declaración de apoyar “lo que allí se decidiera” en las Cortes Españolas, y a su pacto local con un tripartito sin consistencia que, finalmente, cayó extinguido por sus propias contradicciones.

La negociación con ETA pudo haber sido el deseado objeto que definiera su paso por el Gobierno, pero al igual que les sucedió a los presidentes anteriores vio ahogarse su esperanza por efecto de la crueldad intrínseca de los terroristas. Así que volvió a la dialéctica de la presión policial y judicial sobre la banda, más como salida necesaria que como convicción política consecuente.

Luego apostó por lo social: impulsó la ley de dependencia como un nuevo igualador para familias, mujeres y personas mayores y dependientes hasta entonces excluidas del sistema por necesidades económica. Repartió beneficios sin control en vísperas electorales, prometiendo ayudas por definir a vivienda, creación de empleo juvenil y otras iniciativas como la paga extraordinaria de cuatrocientos euros que se embolsaron por igual propietarios de bancos y obreros del metal.

Comenzada la crisis quiso ser el presidente que respondiera a la especulación financiera y a las consecuencias de ésta protegiendo derechos laborales, resistiendo a los costes sociales y venerando el pacto social con los sindicatos como muro de contención contra las reformas pedidas por el FMI, la Unión Europea, algún ministro de su gabinete, y los consultores más destacados. En el último minuto varió, y de ser el presidente sindical pasó a anunciar recortes sociales y derechos laborales sin precedentes en la España democrática, con la peregrina idea de defender de otro modo los mismos principios que cuando sostenía todo lo contrario. Una huelga general, como la que tuvieron los demás presidentes, fue la consecuencia.

Ahora, en las postrimerías objetivas de su mandato, el presidente Zapatero se arroga lo potestad del discurso reformista, y en torno a él pretende definir su identidad presidencial. Una nueva oportunidad de dar sentido a su paso por la Moncloa que puede ver acompañado – prácticamente hecho- por un acuerdo que modifique nuestro sistema de previsión a partir del Pacto de Toledo, la negociación colectiva y otros aspectos de la agenda sociolaboral que sindicatos y patronal han llevado a la mesa de negociación las últimas semanas.

Pero el hecho es que a día de hoy y tras la reunión de la Convención Autonómica Socialista clausurada ayer en Zaragoza, los socialistas siguen sin establecer un discurso único que sirva a Zapatero para mantenerse al frente del liderazgo del Gobierno, aportando claridad y credibilidad, y cómo líder del partido con una apuesta consistente que dé forma al proyecto socialista de cara a las citas electorales de este año y del próximo.

Y tanto es así que una vez clausurado el cónclave socialista sigue flotando en la opinión pública y en los medios de comunicación, lo mismo que en las bases del PSOE, la misma pregunta que ha sobrevolado la reunión de Zaragoza, y que ha eclipsado cualquier otra propuesta o cualquier otro discurso que pudiera servir de acicate electoral para los candidatos autonómicos allí reunidos, y que no es otra que la recurrente ¿Será Zapatero el candidato en 2012?

Al argumento del cierre de filas en torno a un “ahora no toca” y que lo importante son las reformas, los socialistas podrían plantearse muy en serio que tan importante es la definición de las reformas necesarias como el hecho de quién habrá de gestionarlas en el futuro. Y si nuestro sistema bipartidista es, en realidad y como pretende, rico en pluralidad, es razonable pensar que no supondrá lo mismo un gobierno del PSOE que otro del PP. Y eso sabiendo además, que el PP, y su candidato Mariano Rajoy ya han demostrado la fortaleza y la credibilidad suficiente para gobernar de inmediato.

El cierre de filas en falso, tan frecuente en la política española, se ha vuelto a escenificar en Zaragoza y a estas horas los barones del PSOE que ven peligrar su futuro electoral estarán, además de echando cuentas a toda velocidad, echando también maldiciones sobre una situación enquistada que, como ha dicho en varias ocasiones Fernández Vara, hubiera exigido una inmediata y contundente aclaración.

Puede que, al final, la presidencia de Zapatero se recuerde por la lamentable manera en que se gestó y se produjo su salida de ella.