viernes, marzo 29, 2024
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Progresos, con salvedades

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De visita a las zonas que hasta hace poco eran bastiones talibanes, puede ver los avances que el Presidente Obama describía el jueves – y también el motivo de que sigan siendo, según sus palabras, «frágiles y reversibles».

Este es el aspecto que tiene el progreso para Casey Johnson, un trabajador humanitario del distrito donde el líder insurgente Mohammed Omar lideró en tiempos una mezquita. Ahora que los guerrilleros talibanes han sido expulsados, Johnson puede salir «de la alambrada» hasta la oficina del distrito y escuchar las quejas de los residentes y las peticiones en asuntos tales como disputas territoriales. Puede ayudar a los funcionarios afganos a organizar una «shura» de distrito o consejo local, que quizá pueda solucionar los problemas.


Y aquí está la fragilidad: Los afganos no confían en los estadounidenses ni en el gobierno afgano aún. Ellos apoyaron a los talibanes durante años porque ello proporcionada una especie de justicia y seguridad rudimentarias, y no saben si la nueva estructura de poderes va a perdurar. Temen el retorno de los combatientes talibanes que hace unos días detonaban un potente explosivo en las inmediaciones que mataba a seis soldados estadounidenses.


«La gente espera, se queda en la barrera», dice Johnson. «Su pregunta es, ‘¿seguiréis estando aquí la próxima primavera y el verano que viene cuando vuelvan los talibanes?'»


Zhari se encuentra al oeste de Kandahar, en lo que probablemente sea el espacio decisivo de la guerra. Fue saneado por tropas canadienses en 2006, pero los talibanes volvieron con fuerza — lo que explica el motivo de que la población local sea escéptica con el nuevo incremento estadounidense.


La presencia de la administración afgana ha sido corrupta o inexistente. En palabras de un funcionario del Departamento de Estado aquí, Zhari tiene «una administración averiada» — una descripción que encaja tristemente a la mayoría del país bajo la presidencia de Hamid Karzai. Los granjeros locales piensan en el cambio en términos muy prácticos, dice. «¿Acudirá la gente a los tribunales talibanes en busca de justicia o acudirán a las audiencias provinciales? ¿Confían en la policía por motivos de seguridad o en los talibanes?»


Hace apenas unos meses, muchos expertos ponían en duda que fuera posible aquí una administración pública mejor. Los árbitros del poder local, como el capo de Kandahar Ahmed Wali Karzai, hermanastro del presidente, eran corruptos e incompetentes. La reforma aún puede ser misión imposible, pero con los talibanes dispersos, parte de los residentes de Zhari han decidido darle una oportunidad.


La semana pasada, manifestantes armados con picos y palas exigían la expulsión de un funcionario corrupto de policía que dirigía un campamento para refugiados de guerra al norte del municipio. Ya es historia. Cerca de 70 granjeros asistieron a una sesión de formación en un nuevo centro de agricultura del gobierno, y volvieron a casa con bolsas de herramientas agrícolas de regalo.


La noticia más alentadora es que alrededor del 80% de la gente hizo acto de presencia el lunes en la primera reunión de la shura a pesar del asesinato la pasada semana de uno de los organizadores. ¿Seguirá viniendo la gente a las reuniones, a pesar de la intimidación? Esa será la medida de futuros progresos.


Pasando revista el jueves a las tropas estadounidenses destacadas aquí, el almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor, advertía que el éxito «no va a materializarse de la noche a la mañana». Pero el hecho de que pueda visitar incluso una base que hace unos meses estaba bajo fuego de mortero cotidiano indica que algo ha cambiado.


El incómodo equilibrio — entre mejor seguridad pero estructuras de administración pública que pueden ser ruinosamente débiles — era evidente en Marja, un distrito de la provincia de Helmand que ha sido ejemplo de manual de las dificultades de la Guerra de Afganistán. El área fue saneada el pasado febrero por los Marines estadounidenses a bombo y platillo y con rumores de instaurar «una administración oficiosa». Diez meses más tarde, la seguridad mejora por fin, pero sigue siendo más oficiosa que administración.


La violencia decrece. Pero muchos cargos del distrito están vacantes. Y el ejército afgano, que se supone va a coger el relevo de las fuerzas estadounidenses, sigue siendo inestable, operando solamente en torno a la mitad de sus efectivos. El problema es estructural: Los mandos militares de la infantería afgana pagan a sus superiores para alcanzar sus cargos, y luego son pagados en concepto de niveles de efectivos. Reclutan menos efectivos y se embolsan la diferencia. Ese es desafortunadamente el modelo de lo mucho que funciona Afganistán. Los árbitros del poder se lucran del bajo rendimiento.


«Nuestro gobernador (local) necesita un gabinete entero», dice el Teniente Coronel James Fullwood, que tiene a sus órdenes a los Marines del área en las inmediaciones de Marja.


El Presidente Obama dice que la muestra del éxito en Afganistán es que puede ceñirse a su calendario y empezar a replegar efectivos estadounidenses y transferir la soberanía a los afganos el próximo julio. Esa parte sigue sonando a ilusión, teniendo en cuenta lo surtido del panorama. Hay progresos, pero como decía con razón el presidente, todavía son muy frágiles.

David Ignatius

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