jueves, abril 25, 2024
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Cinco días ‘salvajes’

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Los cinco días de paro en el suburbano de Madrid han pasado de noticia local a dar la vuelta al mundo. Y los sindicatos, de ser una organización con capacidad de convocatoria fallida – recordemos el pasado 8 de junio, 2,5 millones de funcionarios convocados – a una bestia feroz y sin escrúpulos, con capacidad para poner en jaque a una ciudad, obstruirla casi a cal y canto, dejar atónitos a dos millones de viajeros. Lógicamente, ni una cosa, ni otra.

Algo ha pasado, o peor, algo está pasando. Empecemos por lo primero. Lunes, huelga anunciada con servicios mínimos. Martes, cierre total. Miércoles, mismo calor, igual caos, junto a la desesperación de los que quieren y no pueden llegar a su trabajo. Jueves y viernes, los sindicatos lanzan un guante blanco y devuelven el tráfico de vagones a los andenes. Con estas condiciones, los actores – Esperanza Aguirre y trabajadores – recuperan el diálogo del recorte de salario.

Por primera vez en esta crisis hay una crítica unánime, un ‘todos a una’. Aguirre acuñó el adjetivo, salvajes, y lo seguimos todos: los usuarios – la mayoría mileuristas o en paro -, el Presidente del Gobierno, el del Senado, la vicepresidenta De la Vega, los ministros, Partido Popular y el abanico de medios que lo cubren. Los 7.400 conductores del Metro contra el Estado habían perdido la buena reputación y el apoyo social.

Pasados los días, hay quien aparcó los insultos y recordó la ilegalidad de cancelar los trenes. El resto (en mayoría), se arrancó con lo mejor del repertorio: matones, chantajistas, borroko-sindicalistas, sinvergüenzas, delincuentes, secuestradores, burócratas (sic), trabajadores privilegiados con un salario fijo.

Y con tanto trajín ¿Qué dicen ellos? ¿Los bárbaros? ¿Los responsables del paro al que tachan de ilegal e indefinido?  Un recorrido por el lado ‘salvaje’ de la huelga revela un paisaje laboral con argumentos –y errores- a los que, o se ha escuchado poco, o se ha ignorado deliberadamente.

Según los conductores del suburbano, no han hecho, como oyen por ahí, aquello que ‘les salió de las narices’. Aseguran que Esperanza Aguirre impuso un minutado para los trenes excesivo donde apenas se notaba que había huelga – 75 % de trenes en hora punta, 50 % en hora valle -, así que una asamblea de trabajadores, con más de 3.000 personas, votó por mayoría saltarse una ley que consideraron vulnerada de antemano y respondieron con la ilegalidad manifiesta de suprimir los trenes. A día de hoy, ya han reconocido que se equivocaron, que han ido demasiado lejos. Pero había EMT, cercanías y taxis. El Gobierno de Madrid, responsable del transporte, pudo haber reforzado los dos primeros. No lo hizo.
 
El golpe de los sindicatos a los servicios públicos recordaba así al famoso cabezazo de Zidane en el mundial. Materazzi le dijo algo al oído, un insulto seguro. El francés frenó en seco, giró, dio marcha atrás y de un cabezazo lo tiró al suelo. Que la opinión pública sacara tarjeta roja era lo suyo. La esencia de una huelga es ser incómoda, y los trabajadores entendieron – otro error – que el éxito sería más fácil moviéndose como lo hacía el adversario Aguirre, de un extremo a otro del conflicto. Si hubieran sido listos, o malos, habrían puesto un metro cada veinte minutos, sinónimo a efectos prácticos de no poner ninguno.
 
En el artículo 28 de la Constitución se hallaba el equilibrio; el derecho a la huelga y los servicios mínimos. Y en el articulado están los convenios colectivos, con carácter de ley. Aguirre, llevando el tijeretazo a funcionarios de Zapatero a las empresas mercantiles, da un paso más allá de lo jurídico. El derecho laboral es áspero, pero como la Educación o la Sanidad, en el resultado disfrutamos todos o disfrutan los fuertes.

Al final, los trabajadores del Metro han defendido cómo pueden, o rozando el abuso, derechos que han negociado y conseguido a base de horas de negociaciones y concesiones.

Este fin de semana hay tregua. Todo indica además que llegarán a un acuerdo. Los sindicatos, al concluir la semana, puede que hayan aprendido algo de esta huelga. Están solos. Ni el mercado ni el Gobierno velará por ellos. Su imagen está débil. Se acumulan generaciones que ni les siguen, ni quieren. Y ambos se necesitan. Veremos si de aquí a la Huelga General, en un esfuerzo clave, consiguen acercarse.

Pilar Velasco

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