Millones de estadounidenses están en el paro, el déficit presupuestario se mide en billones y Europa coquetea con la ruina económica.
No se preocupe, afirma Larry Summers, principal asesor económico del presidente Obama. Es simplemente una «fluctuación».
Summers hacía tan despreciativo juicio durante un discurso la mañana del lunes ante la Escuela Johns Hopkins de Estudios Internacionales Avanzados. Durante la sesión de ruegos y preguntas posterior, un caballero entre la audiencia preguntó por la crisis de la deuda en Europa -y el ex secretario del Tesoro y presidente de Harvard respondió de la más curiosa de las formas.
«Mi valoración es que la mayoría de ustedes, a menos que se les animara, no mencionarían el paso de un G-7 al G-20 como una de las cosas más importantes acaecidas el pasado año», decía Summers. «Pero sospecho que cuando los historiadores se fijen en esta época, una vez olvidados los detalles de esta fluctuación económica, la creación de un foro global que representa realmente a todas las economías importantes del mundo será recordada como un aspecto importante de este momento».
Era Summers vintage: inteligente, esotérico -y totalmente inútil-. Puede que tenga razón, en un sentido académico, en que esta era será recordada no como un periodo de miseria económica y sufrimiento humano sino como el momento en que el Grupo de las 20 grandes economías reemplazó al Grupo de los Siete (G-8 en realidad). Aun así, ¿es éste el mensaje que quiere trasladar la Casa Blanca ahora?
El discurso de Summers, decía la decana de la SAIS Jessica Einhorn a los estudiantes durante su presentación, fue concertado «con escasa antelación» e iba a ser «una presentación de lo más oportuna». Esto hacía presagiar una gran noticia.
Lo que pronunció en cambio fue un montón de jerga económica que sólo podría desconcertar a los estadounidenses preocupados por encontrar o conservar un puesto de trabajo. Habló del «efecto keynesiano del gasto público» y «el amplio abanico de inversiones de efecto catalizador sobre la infraestructura». Invocó la «demanda elástica keynesiana de dinero» y «los riesgos derivados de la desviación de la inversión». Se refirió a la «amplitud de la horquilla de confianza» y la necesidad de «alcanzar los criterios de sostenibilidad».
Obama tiene un problema. Hay cada vez más pruebas de que sigue la política económica adecuada, pero a su Administración no se le da nada bien darla a conocer. Necesita convencer a los estadounidenses con urgencia de que la recuperación está al alcance de la mano, pero ese mensaje está perdiendo frente al del socialismo que gritan los de la oposición.
Esto se debe en parte a que Obama carece de un portavoz económico solvente para trasladar el mensaje. El secretario del Tesoro, Tim Geithner, carece de gravedad en las comparecencias públicas. Paul Volcker sólo es asesor a tiempo parcial. Christina Romer, la secretaria del Consejo de Asesores Económicos, es percibida como falta de peso. El integrante del Consejo Austan Goolsbee es un portavoz de talento pero no ocupa uno de los puestos relevantes. A continuación está Summers. Es radioactivo a causa de su paso por Harvard, donde se enfrentó a las mujeres del claustro. Los enfrentamientos han tenido continuación en la Casa Blanca, según el nuevo libro de Jonathan Alter La promesa. Cuando Romer protestó porque Summers trataba de darle de lado en las reuniones importantes a causa de su sexo, Summers al parecer le gritó: «¡No me amenace!». «¡No me intimida!», respondió Romer.
En la conferencia de la SAIS, Summers divagó durante siete minutos y 20 segundos de su discurso antes de pronunciar la fórmula «Quiero empezar…» Evidentemente trataba de evitar resultar polémico, porque no se salió de su blando discurso y fue cauto al manejar varias de las preguntas.
¿Una burbuja económica en China? «Voy a ser inusualmente cauto y no voy a hacer comentarios». ¿Financiar futuras guerras? «Voy a dejar la política de seguridad nacional al presidente».
Su discurso contenía muestras de haber sido fuertemente editado. Había tantos por otra parte/ por otro lado, que Summers llegó a empezar con una mención al deseo de Harry Truman de tener «economistas de habilidades extraordinarias».
Por un lado, «no estoy de acuerdo con aquellos que sugieren que de alguna manera pone en peligro el futuro aportar medidas de crecimiento y creación de empleo temporales que pueden salir más caras», dijo Summers. «Por otro, aquellos que reconocen los beneficios fiscales y de crecimiento de las políticas fuertemente expansionistas tienen que reconocer también que es simultáneamente deseable fomentar la confianza en que los déficits serán reducidos a niveles sostenibles».
Por una parte, «mientras que la alergia global al riesgo se ha elevado… somos percibidos como fuente de fortaleza», decía. «Por otra parte, si llega a haber un momento en que resulta no ser el caso, será probablemente el momento en que hayamos llevado las cosas demasiado lejos».
Por una parte, Summers es un economista brillante. Por la otra, Obama necesita claramente a alguien diferente para convencer con su mensaje económico.
© 2010, The Washington Post Writers Group
Dana Milbank