jueves, marzo 28, 2024
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Subir el IVA, decir la verdad

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El Partido Popular ha elegido hacer bandera del rechazo a la subida del IVA, aunque ayer perdió un round decisivo al no lograr apoyo parlamentario a su moción contra lo aprobado en los Presupuestos Generales del Estado 2010. El aumento de dos puntos del tipo general y uno en el reducido será realidad, por tanto, a partir del próximo 1 de julio. El superreducido, aplicable a alrededor de la mitad de la cesta de precios del IPC, permanecerá igual.

La polémica, sin embargo, seguirá abierta y es presumible que las cifras finales de liquidación del impuesto, tras la subida, serán aprovechadas por unos y otros para tratar de reforzar su posición. Será difícil, en todo caso, que el asunto gane claridad para el conjunto de la sociedad, entre otras razones porque se ha hecho mal lo que se podría haber conducido, por unos y otros, bastante mejor.

Lógicamente, hay que partir de la base de que toda subida de impuestos choca con las aspiraciones de la sociedad. Ciudadanos y empresas tienden a desear ceder lo menos posible a la hacienda pública de lo que ingresan, ganan o poseen. Una aspiración que no tiene por qué ser incompatible con el principio de solidaridad, dado que la mayoría piensa que, antes que gastar menos, el Estado debería gastar mejor. Una sensación a la que curiosamente contribuyen en primer lugar los responsables políticos, dando muestras y argumentos, día sí, día también.

Partiendo de esa evidencia, cualquier retoque al alza de la presión fiscal efectiva requiere ser explicado con mayor esfuerzo, si cabe, que cualquier otra decisión. Algo que en este caso concreto no se ha hecho, más allá de afirmar que no cabe otro remedio o insistir en la verdad -a medias- de que España mantiene los tipos de gravamen más bajos de la Unión Europea (UE). Tal afirmación es cuando menos incompleta, porque establecer comparaciones entre un único tributo siempre lo es: entre otros olvidos, elude señalar que algunos países han elegido aumentar el IVA como alternativa para financiar los sistemas de protección social.

La cuestión de fondo, empero, va más allá: lo que de verdad se echa en falta es una exposición cruda de cuál es la realidad de la crisis en que está sumida la economía española, comenzando por la que atraviesan las finanzas públicas. En otras palabras, tanto esta medida -subir el IVA- como las que antes o después será ineludible adoptar, deberían partir de algo tan difícil como simple: decir la verdad.

El permanente intento de suavizar el diagnóstico, quién sabe si con pretensión de mantener en cierta medida anestesiada la percepción social de los problemas, se compadece pésimamente con pedir esfuerzos y sacrificios para volver a la prosperidad. Además, se está revelando inútil porque, en lugar de conseguir el pueril objetivo de insuflar optimismo, está generando crecientes dosis de desconfianza y, lo que es peor, una tendencia inquietante a pretender que los costes se paguen en otra parte. Basta analizar la evolución de los sentimientos que van reflejando las sucesivas encuestas para constatar que, suponiendo que hubiera podido ser remedio, en este tiempo concreto está agravando de forma más que acelerada la enfermedad.

Enrique Badía

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