El Fútbol Club Barcelona necesitaba sacarse la espina de la eliminación de la Copa por el Sevilla y lo hizo. Había quedado en entredicho el equipo barcelonés por lo sucedido e incluso se había comenzado a cantarle el gori-gori. Efectivamente, el Barça no gana como la pasada temporada, pero sigue teniendo partidos para aplaudir.
Lo malo del hexacampeón está en la irregularidad. Se le han visto momentos de flojera y encuentros en que le ha costado encontrar el camino del gol. Sigo creyendo que, de haberse quedado con Eto’o, habría sido irresistible. Ibrahimovic no tiene tanto sentido goleador aunque técnicamente es superior al camerunés.
A Pep Guardiola no se le pueden poner pegas y, no obstante, como todos los entrenadores, tiene momentos en que no ve con claridad el panorama. Es tozudo en el mantenimiento de Henry cuando éste parece ausente. No le gusta relevarle a pesar de que recurrir a Pedro es casi la solución a los problemas de ataque.
El Madrid no pudo sostener en San Mamés la persecución a dos puntos. En dos minutos se le esfumó el partido. Dos tiros seguidos al palo evitaron la primera diana atlética. La segunda ocasión no la desperdició Llorente. Bastaron dos minutos para que se viera lo que estaba previsto.
El Athletic salió en tromba y convencido de que su oportunidad estaba en la pelea tenaz, la disputa del balón en el cuerpo a cuerpo. Nada de florituras. El Madrid tardó en tener el balón y cuando lo poseyó no supo sacar rendimiento a la ventaja.
El Athletic se transformó en heroico cuerpo de guerrilleros. Atrincherado, sólo buscó la ocasión del gol en el contragolpe. En uno de ellos, en los minutos finales, el árbitro no quiso ver un claro penalti a Llorente. Los árbitros inteligentes son aquellos que saben donde está su porvenir. Les conviene ayudar a los poderosos.
Julián García Candau