Entre copa y copa de Navidad, o entre sorbo y sorbo, Zapatero ha deslizado en Moncloa la «especie» de que, en torno a las expectativas de pronto cambio de Gobierno, nada de nada. Por consiguiente, quienes conceden crédito a anuncios, ya empiezan a abandonar los rumores de que el Gabinete va a sufrir retoques, o algo más, próximamente. Por supuesto que se trata de un equipo que no se sostiene, que hace aguas por todos sus flancos, o casi todos. Pero lo razonable, o lo racional, es asumir la previsión de que, en primer lugar, las elecciones vascas de marzo y las que vengan después, antes de las generales del 2012 -que ya es llover-, sirven de freno a esas remociones de carteras. La incógnita, que nunca falta en los grandes eventos, es si podrá este Gobierno aguantar en medio de tanta crisis, incluso de tanto escándalo relacionado con la gestión de la propia crisis, cuando una vez más el reparto de calamidades es desigual, y quien dice calamidades puede también hacer referencia a compensaciones para que los descalabros resulten menores. Aquí hay privilegiados y abandonados a su suerte. El «circulante» que permite respirar a algunos se niega a otros, y las entidades financieras saben bien que esto es así. Es un decir; cómo no lo van a saber si son ellas las que llevan entre manos la manija del gran lío. Que se lo pregunten a Cáritas.
El Gobierno de Zapatero ha preferido no moverse o moverse muy poco. Es como intentar poner la vela en la dirección del viento que sople menos adversamente. Pero ahí están los Presupuestos torpedeados y con la carta de navegación extraviada. Pedro Solbes ya había gritado, para sí mismo, ¡marinero al agua!, pero ZP, el capitán del barco, ha ordenado a la tripulación algo parecido a ¡quietos todos! Se buscará algún refugio costero para calafatear lo que se pueda y nada más.
El presidente del Gobierno dice o insinúa que las previsiones del Fondo Monetario Internacional no merecen ser tenidas por dogma de fe. Para ZP, la «L» que se atribuye a la situación española, con bajada en el trazo largo y estancamiento en el corto, no describe adecuadamente nuestro proceso. El hombre prefiere la «U» de los merecedores de mejor pronóstico, o sea, bajada, remanso y subida. Y el FMI que vaya perfeccionando sus cálculos. Hay que mirar al horizonte con mejor espíritu.
Entonces, ¿la crisis ministerial para cuándo? Pues, según algunos oteadores, para julio del 2010, cuando la presidencia española de la UE haya consumido su turno. ¡Hasta el 2010! ¿Aguantará tanto Solbes? ¿Y Maleni la de Fomento? ¿Y Bibiana la de Igualdad? ¿Y Fernández Bermejo el de Justicia? ¿Y Moratinos el de Exteriores? Y tantos otros. Para qué enumerar nombres. Incluso una dama que se tiene por competente en algunos ambientes políticos de cierta solvencia, tal el caso de Cristina Garmendia, la de Ciencia e Investigación, incluso ella, parece desprovista de iniciativa cuando podría dar mucho más de sí. No faltan quienes formulan esos comentarios o valoraciones.
Y no es sólo el rumbo del Gobierno lo más lamentable en medio de tanta tormenta. El debate político, sobre todo el parlamentario, se ha vuelto infumable. Nunca mejor dicho, porque huele mal. Ahora, con tanta bajada de pantalones según la verborrea retórica de Rajoy, con tanto «tuneo» (¡menudo verbo!) para denunciar excesos de gastos en despachos oficiales y retretes palaciegos según la diputada del PP Dolors Nadal, la «coprofilia» alusiva se ha instalado en el lenguaje de los altos debates -si es que son altos-. Estamos a un paso de la coprofagia dialéctica, del estercolero retórico.
Pero menos mal que la oposición promete. Ahí está Rajoy cada vez más crecido. Lástima que la Cospedal y González Pons, que alguna ilusión suscitaban, no acaben de dar su verdadera medida. Los rastreadores de la política creen olfatear, en este tiempo de olores dudosos y mentidas fragancias, algo que huele un rato «bien». Un rato. ¿Con mayúscula acaso? Cosas del ambiente.
Lorenzo Contreras