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Y el mar sigue ahí

Cual si fuera una maldición, el Madrid se enfrentaba a un partido más con la exigencia de ganar. Dieciséis victorias seguidas. Otro récord  que sumar a los de Cristiano. A la obligación de ganar de cualquier  madrid, se le sumaba la de hacer historia que parece estar en la mente de todos una vez conseguida la décima. Siempre ese afán de trascendencia.  Son las formas más puras y letales, las de la victoria, las que se abaten sobre este club. Por eso la sensación de derrumbe, de sinsentido general en la derrota, o cuando en un partido se pierde el hilo al juego. En esos momentos de ofuscación y pérdida, el Madrid levita entre lo de arriba y lo de abajo. No existe más que en su masa molecular. Es el hormigón del Bernabéu y el resplandor de lo que está por venir.

Los primeros minutos del Real fueron graves y profundos. Conocedor de sí mismo, el equipo sin Modric no le pasa la mano al campo con esa suavidad que tenía el croata para medir los tiempos. Luka canalizaba el orden alrededor suyo y a la vez que era diapasón, ponía la pelota al servicio de los delanteros en un mismo gesto indescifrable. Esa vibración suya conmovedora.  A Isco se le ve venir. Sujeta el espacio y a los contrarios y luego suelta hacia el sitio adecuado, pero la fluidez es otra. La pausa se ve desde el tercer anfiteatro, no la lleva en el cuerpo como Modric; y el juego se vuelva más obvio y ligeramente más acartonado.  Eso ya lo sabe el equipo, así que reaccionó juntándose por el lado de Marcelo y transitando a toda pastilla por la derecha, en la que Bale aceleraba sin remisión aunque estuviera algo desdichado en el tino.

El Málaga resistía a la manera que le juegan al Madrid  casi todos los equipos. Descargando toneladas de escombros sobre un rectángulo con vértices en Isco, Bale, Kroos y Marcelo; y con Karim y Cristiano juntándose en la mediapunta. Ahí apenas había sitio para respirar. El gol llegó en una recuperación glacial de Benzemá, que se la echa a Cristiano para que calibre la pieza. Ronaldo recupera su traje de extremo y ejecuta la bicicleta, que es una suerte estúpida pero eficaz (en las ventas lloverían almohadillas), y se la devuelve al francés  que venía enganchado con Wellington al que zarandeó como un pelele,  puso el pie con la temperatura justa y fue gol.

Benzemá principio y fin de la jugada. Su ambigüedad se ha evaporado y esa sombra le persigue ahora a Bale. Otro jugador paradójico.  Un hombre que deambula y parece que nunca estuvo allí, hasta que pasan las mejores jugadas del partido y en todas aparece el galés. O es un desmarque suyo el que estrella la zaga contra el suelo y la desordena, o fue su estampida y centro, o un pase de tacón. Pero el pueblo quiere sangre, sudor y lágrimas, y Gareth, todavía no está dispuesto a sacrificarse en el altar de la demagogia madridista.

El resto del primer tiempo fue desacompasado, con un madrid dominante más por el nombre escrito en la camiseta que por las ocasiones sobre la portería ajena. Apenas fueron dos. Un error de Cristiano con toda la casa abierta y otro de Bale que llegó en un fogonazo por el interior entre Isco y Ronaldo y que marró el galés por razones no aclaradas. En el último momento, Duda estrelló una falta contra el travesaño para dejar claro que las intenciones del Málaga eran algo más que dejar un bonito cadáver en el maletero del Madrid.

Toda la segunda parte estuvo surcada por el vicio de las transiciones. El Madrid se estiraba lo suficiente para que el centro del campo quedara expuesto a las averías del rival. Se intentó alguna larga posesión sin el chis-púm final, pero las cuerdas estaban tensas y la melodía no llegaba a cristalizar. Casillas fue probado y estaba ahí, pero los balones se le escapaban como si estuvieran untados en aceite. Sacó un falta de dentro de la portería y puso una mano muerta a un error suyo en un despeje. Se iba acercando el final y el Málaga creyó ver una puerta en el muro. Anchelotti no confía en los santos inocentes del banquillo, y los once sobre el terreno de juego cada vez dan pasos más pequeños y más cerca del área.

Pero  el Madrid tiene a Cristiano y Bale, que son dos jugadores que pueden convertir la sombra en luz con la misma eficacia que un interruptor. Un ataque del Málaga acaba en los pies de Marcelo que le sacude al balón con su cola de foca. Cincuenta metros más adelante, Cristiano se la deja con la cabeza al Galés que saltó al espacio como a un precipicio. Cuando se cosió el balón al pie, en la misma zancada, aceleró alejándose hacia el gol de forma irreversible. El portero cayó fulminado antes de que sonara la música. Fue el 2-0 y todavía tardó un rato en oírse el sonido de la red, tal fue la velocidad del acontecimiento.

De ahí hasta el final, una cuesta abajo llena de anécdotas para llenar las tertulias de la semana. Una expulsión fantasiosa de Isco, varias contras atropelladas del madrid y el gol malaguista, demasiado tardío y que sólo sirvió para justificarse ante la afición.

 

Málaga, 1-Real Madrid, 2

Málaga: Kameni; Rosales, Sergio Sánchez  (Angeleri, m. 68), Weligton, Boka; Darder, Recio (Juanpi, m. 78); Samuel, Duda (Ricardo Horta, m. 66), Samuel Castillejo; y Santa Cruz. No utilizados: Ochoa (p), Antunes, Luis Alberto y Rescaldani.

Real Madrid: Casillas; Carvajal (Varane, m. 85), Pepe, Ramos, Marcelo; Isco, Kroos, James; Bale (Chicharito, m. 89), Benzema Illarramendi, m. 74) y Cristiano. No utilizados: Keylor Navas (p), Fábio Coentrão, Nacho y Marcos Llorente.

Goles: 0-1. M. 18. Benzema. 0-2. M. 83. Bale. 1-2. M. 90+2. Santa Cruz.

 

Ángel del Riego