Te deseo en el vagón
Me apoyo en el cristal. Siento el movimiento, el traqueteo rítmico, acompasado; mi cabeza golpea suavemente contra el vidrio. Cierro los ojos, sueño. Te vi en la estación, me gustaste. Las piernas largas, los muslos, el cuerpo esbelto, el pecho asomando por la blusa, escapando del pudor, dejándose entrever. Me gustaste con tu fino tacón de aguja, con el pelo cayendo suavemente sobre tus hombros descubiertos. ¿Estamos en invierno? ¿Cómo va así, al descubierto, con tanto frio? Y entonces busco la respuesta en el torso, en tus pechos, en tus pezones golpeando erectos contra el tejido de tu ropa, escasa ropa, firmes, inhiestos, alzándose para surgir de entre los hilos. Los imagino en mi mente, en mis ojos nublados por un repentino deseo de tocarte, de tocarlos, y abalanzarme sobre tu cuerpo para darle el calor que tan escasa ropa hace imposible que poseas.
Me gustas; me excitas, pero te vas, sin verme, sin mirarme siquiera. Te alejas y bajas por las escaleras hacia el andén. Yo sigo en el bar, cierro los ojos, noto que mi cuerpo se estremece mientras mi sexo se endurece y se extiende bajo el pantalón; el roce me molesta, pero al mismo tiempo me alegra. Porque es mi periscopio buscándote entre la gente. Da igual, me voy. Mi tren se marcha. No existe el sexo en la estación, solo la imaginación se extravía entre las maletas y sueña imposibles situaciones que nadie terminaría nunca de creer. Voy a mi andén, subo al coche que me corresponde. Voy por el pasillo, buscando mi plaza. Me siento, apoyo la cabeza en el cristal. El tren arranca, silba la locomotora, andamos. Siento el movimiento, el traqueteo rítmico, acompasado. Mi cabeza golpea suavemente contra el vidrio. Abro los ojos, me sonríes. Estás sentada frente a mí, me hablas. Me dices que me viste en la estación, que si voy donde tú vas, que es un largo viaje, que si vamos hasta el bar y tomamos algo. Tu mano me acaricia la rodilla, te inclinas sobre mí, veo tus pechos escaparse por la abertura descarada de tu blusa; a pesar del calor del vagón, tus pezones siguen golpeando contra el azul del tejido de la ropa.
Me levanto y siento el miembro erguirse contra la tela del pantalón y tu mano que estaba en mi rodilla lo acaricia suavemente mientras tú también te levantas. Te sigo por el pasillo, tu culo se balancea casi al mismo ritmo que el tren, un movimiento brusco, al cambiar de vagón, entre dos coches, te vas a caer, te agarro, al ir a sujetarte te agarro por los pechos, duros con su capsula empinada. Los aprieto con fuerza, tu gimes, te restriegas contra mí, contra todo mi cuerpo mientras yo pierdo la cabeza, te agarro por detrás, abro la puerta del minúsculo cuarto de baño, te empujo, te levanto, te siento en el lavabo, te arranco los botones, te estremeces mientras mi boca devora tus senos y mis manos separan tus piernas y se hunden en tu sexo, y tú agarras mi pantalón y haces el milagro de descomponer cinturón, botón y cremallera y dejar escapar el misil ardiente que estrujas con tu mano, mientras tu sexo se inunda por segundos y yo, incapaz de contenerme, te empujo, te separo las piernas, te arranco las bragas, te penetro de un golpe y te muerdo el cuello mientras empujo una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez… y me susurras al oído: "Perdone, señor, ¿va a comer el menú?", mientras abro suavemente los ojos, mi cabeza golpea contra el vidrio y el camarero me advierte con amabilidad que vamos a llegar a Medina del Campo y que inmediatamente después, se servirá el almuerzo. El hombre, amable, me deja la servilleta sobre las piernas mientras me veo en el reflejo del cristal y adivino que el ardor que siento en las mejillas es la imagen del color rojo que ven todos los demás mientras el bochorno me devora sin apiadarse ni siquiera un poquito.
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El Rincón Oscuro