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Rubalcaba y el laberinto

Ni Rubalcaba se va a ir, ni el PSOE va a buscar un recambio de urgencia tras el batacazo electoral en Galicia y en Euskadi. Ni en ese partido ni en ninguno, salvo raras excepciones, esas decisiones se toman en caliente ni tampoco se buscan salidas a la desesperada. El problema del PSOE no es solo de liderazgo, que también, como de hueco ideológico en unos momentos convulsos para todos.

Los socialistas tardarán mucho tiempo en quitarse de encima el estigma de Zapatero a quien ahora todos demonizan tanto, como en su día elevaron a las alturas y bendijeron sus ocurrencias. El PSOE es un gran partido con vocación de gobierno que cuando siente el frío helador de la oposición se paraliza, pero ni yo le auguro un triste final como el del Pasok griego -que algunos preconizan- ni un puñado de malos dirigentes van a dar al traste con una organización centenaria con fuertes estructuras y gran penetración en todos los sectores de la sociedad.

Los males del PSOE no se han producido en el último cuarto de hora, ni ha perdido fuelle electoral de la noche a la mañana. Es verdad que viendo los últimos resultados es fácil deducir que aun no ha tocado suelo, pero la desafección de los ciudadanos no se ha producido de la noche a la mañana y tiene mucho que ver con su abandono del significado último de las siglas que lo definen. El problema del PSOE es que ha dejado de tener una auténtica vocación de gran partido nacional para asumir postulados ideológicamente contrapuestos, según soplaran los vientos del momento.

Es un partido federal, sí, pero no un partido nacionalista y mucho menos independentista como le han pretendido dibujar en algunas de sus grandes federaciones como el PSC. Ha aceptado bipartitos, tripartitos incluso pentapartitos imposibles cuando su propia historia les ha enseñado que de esas alianzas siempre son ellos quienes salen debilitados y engordan electoralmente a sus falsos compañeros de viaje. ¡Claro que la política hace extraños compañeros de cama! y solo mirar la configuración de los ayuntamientos españoles para ver como las ideologías suelen ser lo de menos si se trata de tener un pedazo del pastel del poder, pero eso es una cosa y otra que de tanto meterte con unos y otros en la cama termines por no saber cuál es tu sitio y eso es, en parte, lo que les ha ocurrido a los socialistas.

Un partido nacional no puede intentar borrar de un plumazo la "E" de español porque la coyuntura política del momento sea más favorable a otras tesis. Dice Bono -y no le falta razón- que "esto le ha pasado al PSOE por desdibujar su imagen nacional", y recuerda que han "gobernado con los independentistas en Cataluña y en Galicia, con la derecha en el País Vasco y ahora con los comunistas en Andalucía" y, en su opinión, eso no lo entienden los ciudadanos, ni su electorado.

Es cierto, pero de eso han sido todos corresponsables, incluido él mismo. Por un puñado de votos y de apoyos aquí se permitió que se cuestionara el concepto de Nación, se apoyo un estatut catalán disparatado, se negoció políticamente con ETA y se presionó hasta extremos intolerables a un politizado Tribunal Constitucional, que se dejó su prestigio por el camino y, de paso, debilitó aún más las instituciones.

Llegados a este punto, ahora no se puede culpar a Rubalcaba de todos los males de su partido, por mucho que él haya estado siempre entre los que tomaban o apoyaban las decisiones más polémicas. Es verdad que su silencio de varios días tras la debacle electoral no tiene un pase, y también que Elena Valenciano, su mano derecha, no le ha hecho ningún favor afirmando que "la Ejecutiva del partido tiene una tarea que hacer y un mandato que cumplir" apoyando una tesis de resistencia numantina, pero personalizar en Rubalcaba todos los males de su partido es profundamente injusto.

Lo que deben hacer es buscar la salida del laberinto en vez de seguir dando vueltas al mismo molino y, desde luego, debe ser una salida ideológica, que hilvane un guión alejado del debate identitario en el que otros han querido meterle y ellos han entrado a saco. El PSOE, al igual que el PP, debe hacer bandera del constitucionalismo y si llega el caso afrontar juntos y sin miedo una reforma Constitucional que mejore nuestra vida democrática asentando la unidad de España, reconociendo la singularidad de Cataluña, Galicia y el País Vasco pero reforzando los poderes del Estado.

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Esther Esteban