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Recobrar la dignidad de Europa

Jorge Bergoglio lo ha vuelto a hacer. Con su discurso ante el Parlamento Europeo, ha vuelto a poner el dedo en la llaga por la que más sufre Europa: el cuestionamiento de la dignidad de una ciudadanía golpeada por una crisis inmisericorde y por la ausencia de sensibilidad de determinadas respuestas políticas ante el sufrimiento humano.

Ante los representantes de los más de 500 millones de ciudadanos europeos, el Papa se ha preguntado qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación o cuando no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir “o, todavía peor, el trabajo que le otorga dignidad”.

Aquella que pretende sacrificar, bajo el mantra de la austeridad, el modelo social europeo, el único que ha logrado conjugar economía de mercado con amplios espacios de bienestar social

Con esa sola pregunta, ha desarbolado el enfoque seguido por la hegemónica familia conservadora europea en el combate a la crisis y, mucho más allá, toda una forma de hacer y de entender la política: aquella que pretende sacrificar, bajo el mantra de la austeridad, el modelo social europeo, el único que ha logrado conjugar economía de mercado con amplios espacios de bienestar social.

Ese prisma, el del cuestionamiento de la dignidad, es el que le ha servido al Papa para diseccionar el grave problema de legitimidad que vive el proyecto de construcción europea. Como ha recordado, en los últimos años ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto de unas instituciones “consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas”.

Es cierto que esta sensación se ha acrecentado por la gestión de la crisis pero viene de mucho antes, no en vano el propio Delors lanzó décadas atrás su grito de alarma ante los riesgos de que Europa acabara convertida en “un mercado, una zona de libre cambio sin alma, sin conciencia, sin voluntad política, sin dimensión social”. Visto el panorama actual, cuando crece la pobreza, especialmente la infantil, y se agranda la brecha entre ricos y pobres, estremece el carácter premonitorio de tal advertencia.

¿Qué hacer para recuperar la dignidad y, al tiempo, revertir el alejamiento entre instituciones y ciudadanos? Para Bergoglio la respuesta está en “preocuparse de la fragilidad de los pueblos y de las personas”. Pero quizás lo más sorprendente está en el cómo: apostando por favorecer las cualidades de las personas en dos ámbitos esenciales, la educación y el empleo. Favorecer la formación y la creatividad por un lado. Y favorecer el empleo, el empleo digno, en condiciones adecuadas de estabilidad y seguridad por otro.

No avasallar, como se ha avasallado, especialmente en los países rescatados, con recortes sociales que han debilitado la capacidad de los servicios públicos para atender a los más necesitados. Campañas como la lanzada este fin de semana por los bancos de alimentos de España país son la prueba evidente del nivel deterioro a que ha llegado la situación social en este país.

No avasallar, como se ha avasallado, a trabajadores y clases medias con subidas impositivas y recortes salariales y en sus derechos laborales hasta el punto de que ni la obtención de un empleo garantice ya salir de la pobreza.

Miles de jóvenes sin capacidad para hacer frente a la subida de los precios universitarios

No avasallar, como se ha avasallado, a la educación pública, verdadero motor del progreso y del futuro de una sociedad, expulsando de las aulas a miles de jóvenes sin capacidad para hacer frente a la subida de los precios universitarios y condenando a cientos de miles a tener que buscar fuera las oportunidades que en su país se les niegan.

No avasallar, en suma, como se ha avasallado en nombre de una malentendida austeridad que ha puesto a la ciudadanía contra las cuerdas y al proyecto europeo en entredicho.

Europa no es la austeridad, la precariedad o la desigualdad generadas por las políticas conservadoras hegemónicas en las últimas décadas. Europa puede y debe volver a ser la fuente de solidaridad, libertad y democracia de sus tratados fundacionales, la Europa humana y humanista, la Europa abierta e integradora.

Pero para ello necesita abrir una nueva época y recuperar su dimensión social. La misma reivindicada por un Papa que va camino de marcar su propia época en la iglesia católica. 

José Blanco