Negación de la política
Siguiendo el consejo de José Andrés Torres Mora, empezaré pidiendo perdón por hablar de Podemos. Ya se sabe que todo el mundo puede hablar de casi cualquier partido, singularmente del mío, pero sólo unos pocos elegidos pueden hacerlo de la formación liderada por Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón, entre otros. Y dado que no he hablado con ellos para solicitar licencia para poder escribir estas líneas vayan mis disculpas por adelantado.
Son varias las cosas que me han llamado últimamente la atención sobre esta formación, entre ellas su negativa a presentarse a las elecciones municipales, su rechazo explícito al consenso, a pactar y dialogar y su reacción ante los primeros contratiempos.
Debo admitir que en el primero de los casos no me sorprendió tanto la decisión de no concurrir a las elecciones como la justificación dada para ello: “Tendríamos dificultades para presentar candidaturas confiables y con plenas garantías”. Llamativo que un partido que se dice surgido directamente de la ciudadanía y que se arroga su representación en exclusividad no confíe en el poder y la capacidad de los ciudadanos para configurar candidaturas “confiables”. ¿Pero no habíamos quedado en que la democracia más pura es la que surge de la participación directa de la ciudadanía, sin intermediación ni cortapisas?
Es en la política municipal, la política de proximidad, del día a día, la más cercana, la que cambia las pequeñas cosas, la que hace país desde el propio barrio donde empieza todo. El proyecto político que renuncia a esa raíz democrática, renuncia a la colaboración horizontal por el dirigismo vertical. No busca colaboradores, busca clones, como en aquella campaña municipal del Partido Popular de Galicia, en 2011, en la que prometió “315 Feijóos”, uno por cada ayuntamiento gallego. Y, no siendo posible, cierre democrático, no vaya a ser que los ciudadanos tengan ideas propias…
Siendo esto así, tampoco cabe extrañarse de la escasa querencia por el consenso de los dirigentes de Podemos, según se desprende de sus propias declaraciones.
Para Pablo Iglesias, “el cielo se toma por asalto” y, por tanto, el que defienda posiciones diferentes y no triunfe debe echarse “a un lado”. Para Juan Carlos Monedero, el papel de la dirección tampoco es la búsqueda del acuerdo, es a las bases a las que en todo caso corresponde consensuar porque “la unidad se construye desde abajo, no aquí arriba”. Para Luis Alegre, los consensos son “vieja política”. “El debate, la discrepancia, la diferencia... No estamos acostumbrados a ello: la democracia es elegir, votar”.
Es decir, para el equipo que lidera Podemos la nueva política es apartar a quien discrepa, dirigir de manera vertical y no llegar a acuerdos ni dialogar: la nueva política es la antipolítica, la más vieja de las políticas. La misma que lleva a la imposición de la mayoría sobre la minoría y al olvido o marginación de esta, en una actitud insolidaria y de escasas credenciales democráticas.
Lo sucedido en el congreso fundacional de Podemos es claro ejemplo de ello: listas cerradas, rechazo a la integración y exclusión de los discrepantes de los órganos de gobierno. Con estos mimbres, la pregunta cae de suyo: ¿qué proyecto inclusivo se puede edificar sobre bases tan excluyentes?
Claro que en esta sucesión de hechos quizás la más reveladora haya sido la reacción ante los primeros contratiempos. Íñigo Errejón no ha acertado a explicar las circunstancias del contrato universitario por el que venía cobrando un salario en los últimos meses mientras ejercía su exigente trabajo al frente de Podemos. Y Pablo Iglesias ha decidido por lo mismo cancelar su participación en un programa de televisión el pasado sábado dado que no se realizaba bajo el formato por él pretendido. Los adalides de la transparencia decretando apagón informativo.
Menos mal que venían a renovar la política…
José Blanco