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Matrimonio y gay

Al Gobierno y a un sector del Partido Popular se les escapó ayer un suspiro de alivio al conocer la sentencia del Constitucional que acepta los matrimonios homosexuales. Con la pérdida de apoyo popular que está sufriendo por los recortes en materias sensibles como Sanidad y Educación, más las inoportunas provocaciones de su ministro Wert que no disimula el giro ideológico de su reforma educativa, solo les faltaba ganarse la animadversión del colectivo gay. Hay, sin embargo, otro sector del mismo partido que ha montado un guirigay al conocer el dictamen del alto tribunal y que acusan a Rajoy de pusilánime por no enfrentarse a lo que consideran "la destrucción de la familia".

Cuando lo cierto es que la ley, ahora bendecida por el Constitucional, solo pretendía la igualdad de derechos entre homosexuales y heterosexuales, que su entrada en vigor no ha supuesto un menoscabo para nadie, ni se ha roto la familia tradicional, ni la moral pública. Lejos de eso, la familia, sea cual sea la inclinación sexual de sus miembros, está sirviendo, en estos tiempos de quebranto, de trinchera frente a la exclusión social.

La familia, incluida la formada por gays, es ahora mismo el mejor ejemplo de solidaridad y la institución más prestigiada socialmente. Sin las familias, las cifras de paro que soportan los españoles serían inasumibles.

Es verdad que los constituyentes al hablar de matrimonio en el texto de la Carta Magna citaron a hombres y mujeres. Pero conviene recordar que corría el año 1978 y que salíamos de una atroz dictadura con una legislación que incluía a los homosexuales dentro de la ley de vagos y maleantes. Y donde un sector de la psiquiatría del régimen prescribía su ingreso en un sanatorio para tratar con electro shock sus" desviaciones anti natura". Hubieran sido unos visionarios los padres de la Constitución si hubieran previsto el cambio social que las libertades iban a producir en una ciudadanía que intentaba huir de la caverna.

Los que dicen que esta sentencia abre la puerta a la poligamia, en la medida en que esta forma de matrimonio no lo prohíbe la Constitución, están haciendo demagogia. La poligamia quiebra los derechos de uno de los miembros de la pareja y promueve la desigualdad. Los matrimonios entre dos hombres o dos mujeres no le quitan nada a nadie, solo añaden derechos, por mucho que les duela a los "bien pensantes".

El ministro Gallardón, que casó a homosexuales en su Ayuntamiento y que pertenece al sector que respiró aliviado, debería frenar sus prisas por reformar la ley de interrupción del embarazo hasta de que se pronuncie el Constitucional. No vaya a ser que la sentencia sea favorable al texto actual y le hagan un desaguisado.


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Victoria Lafora