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Madame Bárcenas y el joven Carlos

La escasa pericia de los responsables políticos para seleccionar de entre los suyos a las personas que han de dirigir proyectos concretos, ya sean de la infraestructura misma de sus organizaciones o de la dinámica política a través de estructuras paralelas, pone en entredicho la capacidad de estos mismos responsables para asumir tareas de responsabilidad de gobierno, es decir, administrar nuestras cosas, nuestros asuntos, y dar respuesta creíble a nuestras preocupaciones y nuestras inquietudes.

El caso Amy Martin ofrece muchas más posibilidades de juegos florales acerca de su controvertida trayectoria

Hacer más leña del árbol caído que es el señor Mulas, es un acto que obliga más al ingenio que a otra cosa, y no es cuestión de ponernos a prueba. El caso de Amy Martin, la pequeña y díscola Zoe, ofrece muchas más posibilidades de juegos florales acerca de su controvertida trayectoria, su engañosa facilidad para el disfraz, y su escasamente sutil voluptuosidad productiva en el campo de la letra impresa, ya fuere sobre unos asuntos o sobre cualquiera otros, dada su versatilidad.

Me quedo más con ella, me sugiere más estrafalarios pensamientos y, una vez perdido el respeto primigenio que siempre tuve por la política partidista, me siento inspirado por la creativa Irene para encontrar en su naturaleza, entre frívola y misteriosa, una suerte de creación de Buñuel, caprichosa, ansiosa de convertirse en objeto de deseo pero también de culto, para terminar siendo nada más que la chica mona que acompañaba al chico listo, perdidos ambos por la vulgar y banal necesidad de poseer una bolsa holgada, reconocimiento público y posición social.

La imagino como una Madame Bovary de este penoso siglo en este no menos penoso país, arrastrando a la fatalidad al joven Charles, heterónimo literario de nuestro joven Carlos, inmerso el pobre como estaba en hacer eres y despedir a veteranos socialistas, aquellos trabajadores incansables, duros del roquedal, como los hubiera definido Labordeta, y que tenían un extraordinario prestigio labrado tras una larga militancia, mucho más prestigio y respeto moral que títulos de relumbre atesoraba él, el joven Carlos, el marido de la quejica y sinuosa Zoe, Amy o Irene, que los despedía mientras andaba modernizando el rancio PSOE de los ochenta; mientras ella, cansada de tanta banalidad administrativa, le hacía caer en el abismo de sus exigencias de joven y alocada esposa y amante circunstancial, demandándole más y más presupuesto propio para satisfacer una falsa ascética lujuria, el flujo inagotable de su imaginación creativa: posar, componer, cantar, dirigir.

Esta bella pareja y este rudo mundo. Inconcebible y fatal desolación de la quimera, en no menos bellas palabras de Cernuda, a quien conviene traer a colación frente a estos pueriles espejismos creativos y en toda su dimensión poética.

Ahora, de nuevo la realidad. Los veintidós millones de Bárcenas, que eso si que es tela. Y no para bromitas ni gracietas literarias, no se confundan. Lo que hubiera dado Zoe, la bella Amy, por conocerlo a tiempo, y caer junto a él, flotando, por los abismos níveos de Suiza.


Rafa García-Rico - en Twitter @RafaGRico - Estrella Digital


Rafael García Rico