Lluvia fina
Lo quiera o no el presidente Rajoy, el debate sobre la reforma de la Constitución ya está en la calle. Eso sí, según dejó dicho la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría en el Congreso, durante la celebración del aniversario de la Constitución, en las encuestas del CIS una amplísima mayoría, nada menos que el 65 por ciento, no quiere que se reforme nuestra Carta Magna. Luego hay un quince por ciento que sí es partidario de una reforma. Pero entre los que quieren, y los que no quieren, la realidad es que el debate está servido y como suele suceder con estos asuntos todo el mundo tiene una opinión.
Pedro Sánchez se ha convertido en el adalid de la reforma y aunque Mariano Rajoy le ha dicho que él no está por la labor, el líder socialista ha dicho que no va a parar en su empeño.
Como estos días la Constitución ha cumplido años, 36, hemos escuchado y leído un sinfín de opiniones de expertos que tampoco se terminan de poner de acuerdo sobre la oportunidad de la reforma. Pero lo más inquietante es escuchar a los representantes de los partidos nacionalistas decir que como su objetivo final es la independencia cualquier reformar que no camine en darles esa oportunidad no les sirve. De manera que aunque PSOE y PP logran un acuerdo para llevar a cabo esa reforma nos encontraríamos con un problema si esa reforma no es ampliamente aceptada por todos los grupos políticos.
Pero hay más. No sería admisible que la reforma de la Constitución la cocinaran socialista y populares circunscribiéndola a lo que a ellos les parezca oportuno. Los ciudadanos no admitirían que se obviara el debate sobre el modelo de Estado, Monarquía o República, amen de que hay fuerzas políticas que defienden una recentralización del Estado..
El soufflé va creciendo cada día que pasa de manera que el presidente Rajoy bien haría en intentar tomar las riendas del asunto en vez de encastillarse.
Iniciar el camino de la reforma no significa que esta se tenga que llevar a cabo de un día para otro, sino que previamente sería necesario un diálogo sereno y sincero entre los partidos, amen de escuchar a expertos en materia constitucional que pudieran alumbrar ideas sobre como reformar la Carta Magna para hacerla mejor.
Pero tampoco se puede despistar a los ciudadanos asegurándoles que con la reforma de la Constitución van a desaparecer los problemas que hoy padecemos, porque eso sería crear unas expectativas que no se atienen a la realidad.
Que España se convierta en un Estado Federal, tal y como propone Pedro Sánchez, puede ser un acierto si todos los partidos, incluidos los independentistas, aceptan que un Estado Federal es una suma entre iguales, que ningún estado tiene privilegios respecto a los otros, y que las leyes federales son de obligado cumplimiento. Pero si el estado federal resultante de la reforma pasa porque unos territorios tienen más autonomía que los otros, entonces en vez de arreglar un problema se habrá agravado.
Pero dicho todo esto, y aunque el sesenta y cinco por ciento de los ciudadanos no estén por la labor de la reforma, el PP no puede mirar hacia otro lado cuando el debate está en la calle, un debate que es como la lluvia fina, al final termina calando.
Julia Navarro