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La incierta ruta de Mas

Tal vez sea verdad cierto que a este lado de la barricada catalana, donde estamos los "continuistas", hayamos primado lo negativo, al gastar más energías en explicar lo malo de separarse que lo bueno de quedarse en España. El caso es que el presidente de la Generalitat, Artur Mas, líder de un partido burgués amante del orden y sediento de centralidad, tiene decidido que "el Estado nos ha fallado" y no abriga esperanzas de que eso pueda cambiar con nuevas caras en el Palacio de la Moncloa.

El resultado visible del diagnóstico lo ofreció este martes en su esperadísima conferencia "Tiempo de decidir, tiempo de sumar", donde se descolgó anunciando una hoja de ruta para lograr la independencia de Cataluña en año y medio. Si cuenta con los apoyos necesarios, se entiende. Si no, según deja entrever, no valdría la pena anticipar las elecciones autonómicas, que es su personal resorte político  -competencia exclusiva- en la gestión del futuro inmediato.

En ese punto conviene tener muy en cuenta cuatro elementos de análisis de incierto desenlace. Están por despejar y tienen un calibre capaz de condicionar las intenciones del caudillo (Mas pretende una lista electoral donde las ideas políticas de cada candidato se subordinen al superior interés de la nación) y, en consecuencia, la evolución de los acontecimientos en el futuro de Cataluña después del 9-N. Los cuatro se van a decantar dentro del plazo de dieciocho meses fijado por el president para intentar el salto hacia la Cataluña rica y plena.

Uno es su propio horizonte penal, junto a dos de sus consejeras, si el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña acaba admitiendo a trámite la querella de la Fiscalía General del Estado.

Otro, la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el fondo de la cuestión (¿Pueden decidir sólo los catalanes sobre una cuestión que afecta a todos los españoles?). A Mas puede serle indiferente pero a la "gente de orden" de Cataluña y el resto de España, de su propio partido (CiU) y, por supuesto, de la propia maquinaria jurídica del Estado, que haría cumplir la ley.

El tercer elemento que se incorporará al análisis de lo que se avecina es la irrupción de Podemos en la orografía política y electoral de Cataluña y del resto de España, que va a empezar a manifestarse  en las elecciones territoriales de la primavera y previsiblemente aportará cambios sustanciales a los mapas de las cuatro provincias catalanas.

Y, finalmente, el cuarto elemento es el nada descartable cambio de caras en la Moncloa y de mayorías en el Congreso de los Diputados. Mas intenta desactivar con carácter preventivo esta cuarta incógnita, al decir que los posibles cambios le traen sin cuidado porque su enemigo es el Estado. El fogonazo verbal no pasa de ser una chulería absolutamente desconectada de a realidad. Ya lo creo que un cambio en el mapa político español, después de las elecciones generales de dentro de un año, podría determinar alteraciones sustanciales en la hoja de ruta de Artur Mas si para entonces aún estuviera viva.

Antonio Casado