La derrota del Tea Party hace ganar a Obama
La victoria de Obama tiene el valor de haber sido el freno radical y contundente al avance intelectual, político y social del llamado Tea Party, la extrema derecha norteamericana que bajo el paraguas de las ideas de control del estado, defendían una sociedad fundamentada en la intransigencia, la intolerancia y el establecimiento de un modelo social clasista, propio del siglo XIX.
Eso es a lo que ha ganado Obama. No a un candidato insustancial como Romney, cuya épica de campaña se basaba en acusar a Obama de forma moderada de lo que los radicales proclamaban de forma exagerada, pero coincidente en el fondo de los propósitos. Lo que le valió al candidato republicano para ganar las primarias de su partido ha sido la sustancia que lo ha llevado a la derrota electoral.
La madurez norteamericana se ha impuesto a la inmadurez de un discurso enfermo
Obama ha ganado en número de delegados del colegio electoral y en los llamados votos populares, el cómputo global de los sufragios que emiten los ciudadanos norteamericanos. No hay resquicio para la justificación de la derrota de Romney. Lo que debe haber es una seria y rigurosa reflexión en la derecha de Estados Unidos para recuperar el equilibrio centrista que evite estas derivas iniciadas al albur de candidata Pallin y de los colectivos racistas, armamentistas y los sectores económicos menos avanzados de una sociedad que avanza inevitablemente hacia un nuevo estadio de participación pública en la organización de sus servicios y en la gestión de los derechos sociales.
Obama logró iniciar el proceso de reforma del modelo atención sanitaria y desde entonces se ha convertido ante la miopía de unos dirigentes que pensaban sacar rédito, en el punto de mira de unos ataques que lo equiparaban con el sistema soviético y otras memeces de las que conducen inexorablemente al ridículo político entre la gente civilizada. Romney, un candidato oportunista – con una gestión en su estado similar a la de Obama en algunos asuntos públicos – se subió al carro de la extrema derecha racial y religiosa creyendo con ello que se aseguraba un núcleo duro que tiraría de la mayoría. Error. La madurez norteamericana se ha impuesto a la inmadurez de un discurso enfermo, hasta tal punto que el efecto logrado ha sido el de la movilización de sectores desencantados con la gestión del presidente, cuyos incumplimientos en algunas materias básicas han sido flagrantes. No hay nada más integrador y movilizador que el miedo. Y eso es lo que daban el partido republicano y sus candidatos, que no han ganado ni en sus estados.
Gana Obama, pero sobre todo pierde el Tea Party
La reacción a la incertidumbre de una estrategia económica disparatada y de unos presupuestos morales cargados de ira y odio, ha llevado a un Obama incumplidor a la relección y el alivio ha sido el reflejo que ha sentido no solo la sociedad americana, sino los países del entorno, la Unión Europea y si somos sensatos, la inmensa mayoría de los españoles , incluido mariano Rajoy al que el enano de Romney amenazaba con crecerle en plena travesía del desastre económico y las malas noticias de Bruselas.
Obama ha hecho mucho por su victoria movilizando a las minorías sociales, los jóvenes y las mujeres. Pero más aún ha hecho por él el viaje dramático a la locura que el republicanismo inició con los debates entre candidatos de la derecha que competían por ser la voz más aplaudida por el extremo radical de los intolerantes y los intransigentes.
Gana Obama, pero sobre todo pierde el Tea Party. Una magnífica noticia. Que tome nota Esperanza Aguirre, su versión local.
Rafael García Rico