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La demencia etarra

Cuando la razón se bloquea y se nubla el entendimiento, la vida se convierte en un transito sin sentido en el que quedamos supeditados a las trampas del azar. La locura puede sobrevenir o, por el contrario, puede ir madurando con laboriosa tenacidad. La sinrazón puede llegar a producirse por la insistencia en conseguirla. Así que, en esas circunstancias, no sólo somos propietarios de nuestro desvarío, sino que somos arquitectos y constructores de todas sus características y responsables en plenitud de toda nuestra irresponsabilidad. Es lo que les ocurre a los drogadictos y, si me permiten, a los fanáticos y a los fundamentalistas de cualquier orden.

En el comportamiento sectario y fanatizado tan propio de la irracionalidad, el ser humano desanda a pasos agigantados todo el progreso cultural de siglos, y se escurre hacia el pasado ancestral de los temores, las iras, los mitos, las veneraciones de los fenómenos. Pues bien, en esa antesala de nuestra inteligencia habitual, se encuentran los redactores de las declaraciones de ETA, los etarras entrevistados en Gara y aquellos que han decidido, junto a Batasuna, firmar un comunicado dirigido a la banda pletórico y en una versión actualizada de ese lenguaje estupido, maniqueo y demencial tan propio del aquelarre neuronal de los pistoleros.

Va a resultar ahora que se dan las condiciones de madurez política para emprender un  final dialogado de la violencia. Qué profundo desvarío de los sentidos, qué iluminado despropósito, que infortunio cerebral hay tras ese esfuerzo por redactar con orden y en estructura un catalogo de memeces inspirado en esa idea y alimentado por un deseo de  vivir en la irrealidad, ajenos a lo obvio y evidente, cuando los hechos son los que son sin más: ETA, acorralada, no tiene ya presente ni futuro y ni siquiera refugio para que Cheroki se fume sus abertzales porros sin temer a la presión policial.

Los terroristas tienden a ver evidente el error de sus crímenes cuando llevan algunos años en prisión. Entonces, aparece el afán intelectual por el diálogo político y el acuerdo, y el lenguaje de la locura se aplica desde las celdas con profusión al servicio nuevo objetivo, y de esa forma se combina negociación, final, violencia, decisión, dialogo, derechos políticos, y bla, bla, bla, en vez de su clásico pim, pam, pum, tan ocurrente.

Alfredo Pérez Rubalcaba, el ministro del interior que ha puesto a ETA ante el fin de su historia, hace con su extraordinario trabajo bien visible el dislate de quienes hablan ahora del final negociado de la violencia. La estrategia y la política decidida del mejor ministro del interior, mandan al vertedero de los despojos sus aspiraciones ilegitimas y sus métodos facinerosos, y acaba con la falsa lucidez de un lenguaje que es tan sólo fruto de una decadencia mental provocada, quizá, por tanta aventura nacionalista reconcentrada. Algo parecido al verbo de quienes ya presos de la adicción creen que su vocabulario enganchado está al alcance de la comprensión de los demás.

Así que ni proclamas, ni comunicados, ni declaraciones, ni entrevistas. Ni una palabra más. Que insistan en mantener el pañuelo de blanco marfil tapándoles la boca y la boina negra calada hasta la mandíbula si es posible, para que sigan en feliz ebullición su festival de campantes neuronas.

Y que nos dejen en paz mientras ellos y sus correligionarios abrevan en el manantial de los delirios.

Rafael García Rico

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