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La atrofia autonómica

La nebulosa de la desconfianza tiende necesariamente a crecer. No parece razonable nada de lo que está pasando en nuestro país con respecto a la organización y a la estructura de nuestro Estado. Hay políticos que reclaman la desaparición del sistema autonómico, otros que apuntan hacia una nueva etapa federal, y hay quienes defienden la continuidad del sistema sin cambio alguno; mientras, los recortes o ajustes hacen desvanecerse servicios públicos básicos al mismo tiempo que los políticos departen sobre lo que los ciudadanos consideran abstracciones lejanas.

Con todo, eso no es lo peor. Lo peor es que esta discusión sobre la estructura territorial de España – la eterna discusión – se produce en medio de la creciente desconfianza de políticos europeos y mercados acerca de la viabilidad de nuestro proyecto nacional; en vísperas del rescate no se hacen ejercicios de responsabilidad, sino que se multiplican los gestos hacia la galería.

Es otra obviedad que gran parte del lastre del déficit proviene de la gestión realizada por presidentes autonómicos que se creyeron virreyes. Los excesos de gasto autonómico multiplicaron el déficit general y enrojecieron las expectativas de soluciones más allá de la intervención para frenar la delicada situación creada en un clima de presión imparable de los mercados y la mirada crítica de una Alemania intransigente con el desorden presupuestario español.

Si los verdaderos datos del déficit de Madrid, Comunidad valenciana o Murcia parecían la puntilla definitiva, la solicitud de “rescate autonómico”  por Catalunya o Andalucía, entre otras, parecía el remate. Pero hay más. La debilidad de nuestro Estado, resaltada en las feroces críticas al gobierno de Rajoy, publicadas en el editorial de Financial Times de ayer, se muestra en toda su plenitud, precisamente, con la ayuda de decisiones que toman los presidentes autonómicos, convertidos en verdaderas fuerzas desestabilizadoras del sistema.

Catalunya reclama un pacto fiscal que sirva de base a la creación recurrente de la llamada nación catalana; Madrid cambia de presidente por dimisión de Esperanza Aguirre – un hecho de considerable relevancia, toda vez que la presidenta madrileña ha sido el contrapeso interno a Rajoy en su partido –, que se marcha sin dar una explicación suficiente de su decisión. Euskadi adelanta las elecciones porque su gobierno pierde apoyo parlamentario y Galicia se apunta a la coincidencia de fecha en las votaciones para evitar prolongar el desgaste electoral que provocaría el nuevo presupuesto que hay que comenzar a elaborar de inmediato.

No sólo esto. Todo apunta a que una vez más, el gobierno retrasará decisiones trascendentales a la espera de los comicios territoriales y eso, advertido igualmente por el FT, debilitará aún más la escasa consistencia política del gobierno de España que se percibe desde Europa.

Todo parece parte del libreto de una mala opereta. España, y esencialmente los españoles, merecen que el estado no sólo atienda eficazmente sus necesidades sino que, sobre todo, no se convierta en una sobrecarga que acentúe la mala situación económica y social y que suponga una amenaza sobre cualquier futuro inmediato.

Editorial Estrella