Gracias a la inmensa mayoría de Portugal y España
Todas las mañanas, al alba, millones de mujeres y hombres de nuestros dos países se levantan, van a trabajar, llevan sus hijos al colegio,… obreros, médicos, enfermeros, conductores, dependientes, jardineros, tractoristas, barrenderos, maestros, pintores, camareros, limpiadoras, asistentas.
En Lisboa los transbordadores cruzan el Tajo, deslizándose todavía casi en la noche llevando trabajadores; los metros, los autobuses, los trenes van atestados; los puentes y las carreteras se llenan de hileras de faros silenciosos, pacientes, en atascos que se diría eternos, insolubles. Son todos esos millones que cumplen con sus obligaciones, realizan su trabajo con cuidado, atención y dedicación. Tras largas jornadas, a menudo con magros sueldos, vuelven a sus hogares y siguen ocupándose de los hijos, padres y familiares de edad.
Los servicios funcionan, las escuelas reciben a diario millones de niños, Portugal y España no se hunden. Las noticias de ambos países no parecen más que responsos funerarios debido a los políticos ladrones, a banqueros sin alma y con tarjetas opacas, a especuladores sin escrúpulos. Pero nos olvidamos de que estos países funcionan gracias a esos millones de ciudadanos que hacen las cosas bien, que son honrados y se preocupan de sus familias y de su país. Gracias a la responsabilidad personal de millones de portugueses y españoles.
A pesar del lamentable ejemplo de tantos políticos –que se supone nos representan–, de la desmoralización que causa, la inmensa mayoría resiste, trabaja, ama, es solidaria, se divierte y sonríe. El hombre, la mujer común siguen haciendo funcionar los dos países. A pesar de los pesares. Sin esperar salvadores llenos de ego y triunfalismo.
No estaría mal que los dirigentes europeos, las troikas y demás trineos que surcan el gélido e impasible norte, prestasen atención a este milagro económico y social. Y a este ejemplo moral. El pueblo no se resigna, tiene un sentido innato de la dignidad, un amor propio y un amor difuso por su país, por los demás.
Permanezcamos con la inmensa mayoría, como pedía Blas de Otero. Seamos pesimistas activos, no pasivos, y confiemos en que, como ha sucedido siempre tras guerras y desastres, Portugal y España levanten cabeza. Con la ventaja de que en Portugal no estamos con separatismos y comunitarismos, lo que nos restaría una energía que hoy en día es imprescindible dedicar por completo a ese anhelo común que es vivir.
No soy quien, desde luego, para dar lecciones a nadie. Sin embargo, cuando cruzo esa Raya que más que separarnos a portugueses y españoles nos une, cuando paseo por las calles silenciosas de las aldeas extremeñas o cuando charlo sin prisas en las plazas recoletas de la serranía onubense, es cuando admiro todavía más si cabe esa multitud de humildes y honrados españoles gracias a cuyos esfuerzos y sacrificios la convivencia sigue siendo posible.