El PCE
Con la legalización del PCE, de la que se cumple un nuevo aniversario esta Semana Santa, se cerró de forma rotunda el primer tercio de la transición, durante el cual se dio inicio a las transformaciones políticas que condujeron a las primeras elecciones libres y a la constitución del primer Congreso de los Diputados que redactaría nuestro actual texto constitucional. Es una fecha importante porque revela el semblante auténtico del gran reformista que fue Suárez, cuando el concepto de reforma no estaba manipulado por los intereses puramente economicistas y cuando la economía misma, a pesar de lo que decía Marx, no era el centro del que partían todas las claves nerviosas del cambio de modelo político y de la conversión del post franquismo en una democracia sin adjetivos.
Es cierto que los intereses económicos eran fundamentales, lo pusieron en evidencia los pactos de la Moncloa, pero estos estaban ligados sin duda posible al anhelo democrático que inspiraba a una derecha abierta y modernizadora y a una izquierda posibilista y madura que había dejado atrás algunos de los estigmas revolucionarios que habían presidio su quehacer.
El caso es que el PCE fue, en gran medida, responsable de ese destino. Y tuvo la fortuna de contar con la visión inteligente del ex ministro del Movimiento. Pero cuando hablamos del PCE hay que darle un significado distinto al que la historiografía oficial tiene reservado para él. El PCE de entonces no eran ni sus dirigentes del exilio ni sus consignas políticas maduradas en la distancia y decididas a base de descartar errores y desaciertos que habían presidido la larga noche de la dictadura. En eso tenían razón Claudín y Semprún, que denunciaron valientemente la visión cegada de los viejos dirigentes que opinaban sin el conocimiento real de la transformación objetiva que se iba produciendo en España en las etapas de desarrollismo y tecnocracia que cambiaron el mapa nacional.
El PCE era, en realidad, la suma de muchos hombres y mujeres ausentes de los actos oficiales que vendrían después. Aquellos hombres y mujeres que arriesgaban cada día su destino personal a cambio de cumplir un anhelo de libertad y justicia que la historia y la realidad española reclamaban. El PCE eran sus militantes, los simpatizantes y los compañeros de viaje: personas sin identidad pública que asumían riesgos y aceptaban con determinación las consecuencias de su compromiso. Los hombres y mujeres que se sostenían de pie a pesar de la adversidad de la represión y de la persecución policial. Eran muchos demócratas que encontraron en él la Casa Común verdadera de la izquierda que estaba resuelta contra el franquismo. No había muchas más opciones viables, y ese partido se construyó con los hilos que formaban la madeja de los sueños de libertad y democracia que España tanto necesitaba para dar su verdadero salto adelante. Lo entendieron así trabajadores del metal, de la construcción, de la naval, de las fábricas y de la universidad, de la escuela y de la cultura que se refugiaron en él para ofrecer con su militancia una parte de su dignidad para recuperar la dignidad de todos. El PCE se hacía, cada día, con la voluntad y la entrega desinteresada de los que ponían en peligro su futuro personal, que no aspiraban a tener cargos más que porque desde ellos aportaban más, y que no veían en la política una agencia de colocación para dedicar su vida al beneficio personal, más bien todo lo contrario.
No. El PCE de verdad no tenía nada que ver con aquellos jerarcas de la gerontocracia parisina ni con los últimos rescoldos del estalinismo, ni con el privilegio de poder cambiar de opinión y línea sin medir el coste real del sacrificio que cada decisión suponía. No tenía nada que ver ni con las liberaciones ni con las dachas de vacaciones del Mar Negro. Sus militantes no llevaban impresa la señal de nacimiento de los errores de la guerra, las monstruosidades prefabricadas en Moscú ni el desaliño intelectual del oportunismo superviviente que a otros pocos les facilitó una cómoda vida en el exilio dirigente mientras otros exiliados desgraciados padecían los rigores de la ausencia de su madre patria.
El PCE estaba en la centralidad de la lucha democrática en el interior de España mientras los dirigentes del PCE estaban en la periferia intelectual del análisis constructivo e inteligente para identificar el devenir democrático y el sentido literal de la reconciliación nacional, la que predicaban los jefes en su cómoda ausencia, frente al angustioso sin vivir de quienes practicaban con modesta entrega el duro esfuerzo de hacerlo realidad en las fronteras interiores de su propia patria.
Los que estuvieron en él, los que soñaron una España moderna y progresista, los que sufrieron la desgracia, los golpes, la expulsión de las cátedras y la pérdida del empleo, los que pasaron por las comisarías y padecieron los rigores de su propia valentía no estaban en la mesa de decisión tan alejada de la verdad que eran aquellos órganos presuntuosos y distantes de la realidad.
El PCE, sus afiliados, veneraban la memoria como un tesoro indestructible que justificaba su propio sacrificio personal. Llevaban en sus corazones un profundo compromiso moral con su país y no distinguían miserablemente a los que quedaban en cada uno de los márgenes que los dirigentes cómodamente instalados en las terribles y siniestras democracias populares del éste, establecían según iban evolucionando en sus desaciertos y conveniencias oportunistas: la Huelga Nacional Política, paradigma de la cerrazón que convertía en malos a los que padecían la brutalidad de la realidad empírica de un país que los omniscientes jefes del aparato desconocían en su totalidad integral.
No he sido, ni soy ni se me espera en el PCE. Lo he dicho con éstas mismas palabras y con otras parecidas, he relatado mi sincero reconocimiento moral, ético y cívico a los que se arrojaban en las tinieblas de la clandestinidad, se desenvolvían con ardiente generosidad entres los callejones de los barrios, aparecían como sombras en los amaneceres de los polígonos industriales y sembraban las ciudades y el campo de ideas y propuestas de libertad que se sujetaban con valor y entusiasmo como yunques indestructibles en las hojas de los panfletos, en la tinta de los periódicos clandestinos y en la pintura de las pintadas en las paredes que cedían cada día un poco más ante la presión valiente de los “camaradas” para dejar como un solar el franquismo sociológico y edificar una nueva España en libertad y democrática.
Cuando se legalizó el PCE muchos de aquellos dieron por concluido su compromiso, se deshicieron de las ataduras de una disciplina insufrible y de la arbitrariedad de los aparatistas, y siguieron plenos de dignidad y decencia su camino por la vida, haciendo más grande con su lealtad a principios y valores su propia trayectoria personal en la lucha más difícil. Quedaron entre otros, y como en otros partidos de izquierda, los oportunistas, los popes, los arribistas, los desclasados y otra suerte infumable de advenedizos que, luciendo un pasado que no les pertenecía, quisieron aprovecharse de la herencia de aquella heroica militancia que aún hoy, tantos años después, me hace emocionarme, me obliga al recuerdo y me pone en pie para descubrirme con humildad ante la lección moral que nos dieron a todos los españoles aquellos otros españoles callados que mientras dormíamos en las turbias noches de la dictadura, respiraban despiertos y acechantes el aire de la libertad para transmitírnoslo sin más ambición que la de hacer correctamente lo que había que hacer.
A ellos y sólo a ellos, los hombres y las mujeres entregados, es a quienes corresponde el recuerdo de la historia revivida. Yo lo hago y hoy ante ustedes, con la humildad de mis palabras, me descubro de nuevo y acude lleno de vida y de entusiasmo el nombre, si me lo permiten, de quien siendo de mi familia aún yace bajo la tapia donde lo fusilaron y que no pudo llegar a ver ni el día que en se puso fin a la dictadura, ni la legalización de su partido ni, por supuesto, la reconciliación real de los españoles en una España de libertades y democrática.
Perdónenme pero a mi abuelo y a mi padre, militantes que fueron del PCE, les dedico este recuerdo emocionado, tantos años después.
Rafael García Rico - Estrella Digital
Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.
Rafael García Rico