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El libro verde

Libia fue una invención de Italo Balbo que años más tarde el Libro Verde tomó como artículo de fe. De hecho, también el rey Idris, depuesto por el coronel Gadafi, fue de alguna manera la creación de alguien que, como el astuto gobernador de la Libia Italiana, había comprendido que las tribus eran la pieza esencial para crear desde la nada una nueva nación.

Sabido es que Italo Balbo, aquel mítico héroe de la aviación italiana, artífice de la expedición que unió Roma y Chicago, con una imagen que recuerda algo al eterno malvado de folletín, fue el único jerarca fascista que se opuso primero a la participación en la guerra junto con Alemania y luego a la promulgación de las fatídicas leyes raciales. Lo que ya no se recuerda tanto es que, justo después, el avión en el que viajaba Balbo sobre Trípoli fue derribado por un cañón italiano, tal vez no por órdenes directas de un Mussolini que, al cabo del tiempo, afirmaría que el famoso aviador fue el único que le hizo sombra.

Durante sus años en Libia, Italo Balbo tuvo tiempo de emprender muchas obras que a la postre marcaron el destino de aquel país, como la carretera que va desde Túnez hasta Egipto, la creación de las nuevas ciudades costeras o la colonización del desierto, integrando definitivamente en una unidad artificial las antiguas dependencias otomanas que hasta entonces nada habían tenido en común.

Cuando murió el coronel Muamar el-Gadafi, hace ahora poco más de tres años, el Libro Verde no era sino una anacrónica antigualla algo incómoda y nada útil, incluso en aquella Libia de la Yamahiria que desde hacía años había intentado, sin ningún éxito, sobrevivir mediante su extensión territorial, primero mediante la unificación sucesiva e infructuosa con otros países árabes, luego con la creación de una unión de los países magrebíes y después con el espejismo de una Unión Africana.

Con sus grandilocuentes declaraciones y propuestas altisonantes al estilo de Bakunin y Kropotkin, el Libro Verde se quedó anclado en un disparatado limbo político que, si a principios de los años setenta del pasado siglo podía tener alguna explicación, -ya que ningún sentido-­, muy pronto se convirtió en una caricatura, no del Libro Rojo de Mao, sino de sí mismo. Sin embargo, hasta fecha relativamente reciente siguieron editándose cantidades ingentes de ejemplares traducidos a  multitud de lenguas, que luego se repartían a manos llenas en las universidades de medio mundo.

Uno debe reconocer, sin embargo, que entre los muchos disparates que llenan sus páginas, no deja de leerse algún que otro enjundioso comentario, inspirado en el antecedente de Italo Balbo, como el que hace sobre el papel de las tribus en la auténtica democracia real que, a su juicio, nada tiene que ver ni con la pantomima de las democracias liberales ni con la de las democracias populares. Para Gadafi, la tribu es el eslabón social básico. A la tribu, nos dice, se pertenece por sangre aunque también puede formarse parte por mera integración.

Esta es la observación evidente de alguien que perteneció a un mundo como el libio, en el que el entramado social no existe fuera de la estructura tribal, tal y como  ocurre también en el Rif o en algunas zonas de Oriente Medio, y que tal vez explique las razones por las que Libia y otras regiones estén así hoy en día. Bien empleados habrán estado los millones de ejemplares del Libro Verde si han contribuido al menos a que el mundo entienda algo tan básico.

Ignacio Vázquez Moliní