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El hundimiento

Victoria sin suda de ningún tipo para el PP. Tiempo habrá para analizar sus resultados y estudiar la evolución de su voto para llegar a este resultado, pero todo anticipa que, una vez más, en su éxito se encuentra el incuestionable hundimiento del PSOE y que, lo que puede parecer una obviedad no lo es tanto. El PP gana porque el PP se ha mantenido y porque el PSOE se ha venido abajo.

Me corresponde analizar desde mi óptica lo que le ha pasado al PSOE. Y es, en este caso, francamente obvio: la política errática de los últimos tres años ha pasado una factura inapelable. Y a ella ha contribuido, estoy plenamente convencido, la retención en lo más consciente del electorado de la absurda y amarga insistencia, al principio de la crisis, en negar su evidente existencia.

De los dos últimos cambios de gobierno podemos entrever que el electorado penaliza la falsificación interesada de la realidad. Esa costumbre instalada en los aparatos partidistas por tratar de definir lo que es cierto y lo que no lo es frente a la tenacidad de los hechos, que acaba por ser el lastre que hunde en las profundidades a quienes lo practican. La sociedad española sabe bien aquello que le sucede, distingue con claridad, y el llamado marketing político es incapaz de superponerse a la contundencia de lo objetivamente visible, fácilmente identificable y claramente comprensible.

Si Aznar hubiera buscado su legitimidad en un gran abrazo democrático contra el terrorismo, Rajoy no hubiera tenido que esperar estos largos años para afincarse en la Moncloa; si Zapatero hubiera asumido publica y consecuentemente la deriva económica del país, por efecto de la crisis financiera, si, pero también por la explosión de nuestra economía nacional, asentada en un único sector de dimensiones tan falsas como desproporcionadas, la cosa hubiera cambiado mucho.

Zapatero, el PSOE y su Gobierno, han ido envenenando, poco a poco, a su electorado más consciente. Si la negación de la crisis fue un acto de inmadurez política, la gestión posterior hasta el cambio radical de rumbo con los llamados recortes sociales de mayo 2010, fue de verdadera irresponsabilidad para mantener viva la naturaleza ideológica de su proyecto, la racionalidad política de su estrategia y la credibilidad de todo lo que rodeaba al presidente frente a los más suyos, aquellos que hoy le han abandonado buscando refugio en alternativas igualmente irreales, pero bien demostrativas del rechazo frontal a su gestión. El “me cueste lo que me cueste” debió ser una convocatoria electoral.

Rubalcaba ha anunciado que ha pedido la convocatoria de un Congreso de su partido al que aún hoy es secretario general ausente, que es, paradojas de la historia, como era conocido otro líder político de cuya muerte se han cumplido setenta y cinco años este 20N. Emulándolo, ZP se ha ausentado y Rubalcaba se ha mostrado ante un auditorio de bajo relieve, para asumir la necesidad del cambio radical.

Para terminar, una valoración urgente. La amenaza de recortes – incluso los recortes en marcha – no parece ser un argumento con suficiente fuerza electoral. La sociedad española prefiere pensar en construir antes que en sostener, y asume los sacrificios y la pérdida de servicios a cambio de asegurar el crecimiento y la creación de empleo. Sólo así se entienden estos resultados – incluidos los de Catalunya -.

Y es por ello que el PSOE debe estudiar un regreso a la parte templada de la izquierda, - sin abstenerse de defender el estado de bienestar, por supuesto- y recuperar el discurso para la inmensa mayoría – las grandes capas de clases medias con riesgo de empobrecimiento que o están en el desempleo o sienten su terrible amenaza- y sustentar una alternativa de amplia mayoría, al estilo de lo que el partido socialista fue bajo el mandato de Felipe González y que Zapatero decidió sustituir por la estrategia radical, al modo de los viejos radicales italianos, frente al proyecto de mayorías con autonomía para gobernar – los éxitos de los ochenta en oposición a los, algunas veces, tragicómicos multipartitos y la llamada España plural, por ejemplo – y con un programa con los ojos puestos en el siglo XXI y no en nuestro peor pasado, el mismo que, por cierto y a causa de la incompetencia de los gestores ya citados, ha vuelto a tornarse en derrota y al que prefiero dejar ya tal y como está antes de verlo servir como fuente inagotable para dar disgustos.

El PSOE si quiere resolver su situación ha de tratar de ganar el futuro con un proyecto vanguardista – en la concepción de sus ideas-, modernizador e innovador, pensado para una nueva economía, un nuevo modelo de desarrollo, una propuesta educativa diferente y un largo etc. que tiene que ver con la transformación de la tecnología, el acceso a la información, el conocimiento y el talento, en un mundo que cada vez se parece menos al mismo mundo del día anterior.

Y en segundo lugar, debe evitar las tentaciones cainitas y las estrategias de tierra quemada tanto como el oportunismo de los agazapados, siempre sin proyecto diferenciado, para encaramarse en el poder del PSOE sin más razón que la dispersión de ideas y la confusión de la derrota. Sobran las urgencias y hace falta serenidad y política. Y saber que, como ha demostrado Rajoy, los asuntos internos de los partidos son asuntos de interés mediático muy efímero y que los ciudadanos se reconocen en los partidos que mantienen la unidad y la cohesión, el discurso nítido y contundente – frente a la ñoñería del talante-, y que cuando se pierde, el primer paso para una futura victoria, es el de no detenerse en cambiarlo todo, tan habitual en las crisis de los socialistas.

Prudencia, calma y conciencia. Tres virtudes que el nuevo líder, derrotado pero líder de los suyos, debe imponer en el escenario de Ferraz, antes de que vuelva la costumbre habitual de pretender convertir en asunto de estado los procedimientos internos, las edades de los militantes y otras fruslerías que a los ciudadanos, acongojados por la crisis, les resultan tan aburridos como patológicos en un partido que debe trabajar en construir una alternativa fuerte con un líder fuerte.

Y Rubalcaba ha demostrado una fortaleza ejemplar asumiendo el protagonismo en la campaña y en la derrota, a pesar de no ser él el padre de este lamentable resultado, fabricado y cocinado hace ya mucho tiempo.

Rafael García Rico

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