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El dolor y el gobierno

Durante años el ejercicio del poder consistió en hacer carantoñas al electorado y, si acaso, en elegir entre prioridades, según nos decían en intervenciones venerables llenas de profunda responsabilidad. De un tiempo a esta parte, el buen gobierno tiene que ver con la administración del dolor, lo cual tiene poca relación con los antecedentes descritos, y gobernar queda limitado a la decisión de dónde dar la patada que nos corresponde según cada acto de gestión.

España es un problema a palos; imagino la conversación entre el ministro del Interior y el de Justicia, acerca de infligir el sufrimiento en coordenadas adecuadas. Puede que las decisiones aventuradas por los jefes de la porra nos cuesten un ojo de la cara. Como en el caso del ministro local, Puig, que se quedó, engañosamente y sin vergüenza, con el de Ester Quintana; pero eso solo es un asunto de prioridades modernas: podían haberle exigido el pago de una pierna, o haberle echado ácido en el rostro, por qué no, como muestra de una severa reflexión llena de profundidad y debate sobre gobernabilidad en los tiempos que corren. O sobre gobernanza, que se estila más.

Es una buena noticia esto del dolor español. Deberíamos incorporarlo a nuestra famosa marca

Ahora que los médicos se van de huelga con el resto de los sanitarios, el dolor ya es un asunto exclusivo del gobierno y no desde un punto de vista paliativo, sino desde la perspectiva de un justo reparto del mismo. Ya no nos prometen bienestar, sino que nos culpan del que tuvimos. Lo que los jueces quieren es una paga extra y por eso se quejan, nos dicen. Los funcionarios tendrán que ir a trabajar, por fin, todos los días: como Esperanza Aguirre, que en un acto más de servicio a España, ha decidido entregarse a su oficio funcionarial y dejar el privilegio gubernamental. Para ella será una aportación de dolor personal, sin duda. Y como el ministro es amigo, parece que se lo distribuye con sutileza.

Nos pasa como a los del 98, que nos duele España. Un sentimiento con arraigo intelectual; ya venía de antes, pues escribir era llorar, para nuestro romántico por excelencia. Total, que pasarlo mal está en nuestros genes. Lo importante es administrarlo, y como ya hemos demostrado que la gestión de nuestros intereses no es un asunto que manejemos bien, mejor que lo haga el gobierno. Así nos dolerá de acuerdo con nuestras posibilidades y no por encima de ellas, como tenemos costumbre de hacer.

Es una buena noticia esto del dolor español. Deberíamos incorporarlo a nuestra famosa marca. Y además sabemos mucho de él, porque los medios nos lo recuerdan cada día. Hemos venido a este mundo a sufrir, ya lo sabemos, pero debemos hacerlo con diligencia administrativa y soltura burocrática. No es un drama, es una oportunidad saber que Gallardón está en ello. Si se entrega a tramitarlo con el mismo entusiasmo que puso en fabricarse un despacho, tunelar las calles de Madrid y enterrarnos en una deuda monumental, puede que lleguemos a sentir que somos afortunados y privilegiados cuando nos caigan las lágrimas. Padeciendo a este gobierno las tenemos aseguradas. Pensar en los mimos del pasado es peor carga que la de los intereses de la deuda; demos, pues, gracias por este renovado dolor con que nos premian.

España a palos, ya les decía.

Rafa García-Rico - en Twitter @RafaGRico - Estrella Digital

Rafael García Rico