Desigualdad
Creo que los seres humanos somos distintos, desiguales. Así nacemos y así nos criamos. Todo, en la naturaleza y en la vida, es un canto a la individualidad, de ahí el fracaso a largo plazo de todo los sistemas colectivistas que en el mundo han sido. Porque somos desiguales existe la política, pues a través de ella nacen las leyes que han de salvaguardar la individualidad y, a la vez, en concordia, proteger a los desiguales más débiles. Es algo consustancial a los animales superiores que se diferencian así de la manada conducida por el más fuerte, el más alto, el jefe indiscutible.
Estas verdades, casi de Perogrullo, se encuentran ahora en franco retroceso. La Organización para la Cooperación y el desarrollo Económico (OCDE) ha hecho público que la desigualdad ha alcanzado su nivel más alto de los últimos treinta años: los ingresos medios del 10 por ciento más rico de la población son nueve veces mayores que los de el diez por ciento más pobre. Ángel Gurría, secretario general del organismo, ha señalado la raíz de la injusticia: "El contrato social se está empezando a deshacer en muchos países. Este estudio hace desvanecerse la asunción de que los beneficios del crecimiento económico gotearán automáticamente a los desfavorecidos y que la mayor desigualdad fomenta la movilidad social. Sin una estrategia para el crecimiento inclusivo, la desigualdad seguirá creciendo". En este sentido, la OCDE ha pedido a los Gobiernos "que revisen su sistema fiscal para asegurar que los más ricos contribuyen en su justa medida en el pago de impuestos". En el informe, que abarca hasta 2008, y no cubre por tanto el impacto de la crisis económica, la relación entre esos citados diez por ciento es de once a uno en España, dos puntos por encima de la media.
La crisis multiplica la desigualdad
Con datos más recientes, la Oficina Estadística Europea afirma que la desigualdad entre los ingresos de los españoles se ha disparado en el pasado año al nivel más alto desde 1995. El paro (uno de cada tres parados en la zona euro es español), las congelaciones cuando no bajadas salariales, y el escaso ahorro de un país endeudado por la compra de vivienda han provocado que uno de cada cinco españoles se encuentren por debajo del umbral de la pobreza.
Con este panorama, el Centro de Investigaciones Sociológicas ha descubierto en una encuesta realizada a finales de noviembre que más del sesenta por ciento de las familias tiene dificultades para llegar a fin de mes, y tiene que tirar de los escasos ahorros, o llega muy justa. En esa situación, todos los grandes gastos (coches, muebles, ordenador o televisión) se aplazan, lo que repercute en una caída de la actividad industrial; hoy se ha sabido, por ejemplo, que nueve mil trabajadores de la industria del automóvil no ha trabajado completo el mes de noviembre, al estar afectados por los ERES parciales impuestos ante las bajas ventas. Es la pescadilla que se muerde la cola: menos ingresos llevan a menos consumo, que lleva a nuevas reducciones de jornada, y vuelta a empezar. Mientras, los grandes líderes políticos europeos afirman con torpe prepotencia que los países que no ajusten su déficit sufrirán sanciones de la Unión Europea. ¿Creen, quizás, que países empobrecidos por la escasa actividad económica podrán comprar sus exportaciones? De momento, es cierto, Alemania y en menor medida Francia se enriquecen con las penurias de media Europa, pero ¿hasta cuándo los pobres seremos buenos clientes? ¿Hasta dónde quieren llevar la desigualdad?
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