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¿De quién es Gibraltar?

Gibraltar es parte de España, y del Imperio Británico, y del mundo, pero como pertenecer, lo que se dice pertenecer, pertenece a quienes lo habitan, y ahí es donde algunos pinchan en hueso. No es que no nos quieran los gibraltareños, pues pocos son los que no tienen pareja, o familia, o negocios, o casa en territorio español, y menos los que no hablan nuestra lengua y los que no se han criado oyendo música andaluza, flamenco y copla, en la radio o de labios de los linenses que trabajan en el Peñón. Albert Hammond, llanito emérito, se crió así, y cuando se aburrió de su pop edulcorado, con el que empezó a triunfar en las matinales del Price de Madrid, dedicó en la madurez su mejor trabajo a la copla andaluza de la que mamó de chico. No es que no nos quieran, es que les gusta ser quienes son, ser como son y vivir a su aire, un poco "british" ciertamente, en esa mole rocosa en cuyas cuevas resistieron no se sabe cómo los últimos Neandertales.

El único talento político de Picardo parece reducirse a provocar al "enemigo"

Otra cosa es, sin duda, que la protección que le dispensa el Reino Unido, la antigua metrópoli y no tan antigua, distorsione su trato con España, que no hay razón alguna, independientemente de la bandera que ondee en su castillo moro, para que no sea de lo más amigable y fluida. Esa protección, y no el natural pacífico de los gibraltareños, es la que impele a La Roca a ser algo pirata, a pasarse a veces algunos pueblos y a dar bocados a la franja neutral, a la bahía o al mar abierto de levante directamente. En momentos como éste, de aguda debilidad política y económica del estado español, esa tutela del Reino Unido, que nos echó más de una mano para expulsar a Napoleón cuando llevaba más de un siglo disfrutando de la propiedad de La Roca por habérsela regalado el primer Borbón, inflama a Picardo, cuyo único talento político parece reducirse a provocar al "enemigo", cosa que al nacionalismo, a cualquier nacionalismo, procura, al parecer, alguna rentabilidad.

Para que Gibraltar sea de España no hacen falta las amenazas ni los órdagos falsos de ningún gobierno español en horas bajas y necesitado, también, de un enemigo exterior: lo es. También lo es, por mucho que nos fastidie, de Inglaterra. Y del mundo. Pero es la casa, propiedad por tanto, de los gibraltareños. Que Picardo retire los ominosos bloques de hormigón, y Fernández los "controles exhaustivos" de la frontera, y dejen a la gente en paz.


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Rafael Torres

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