Campaña con discursos pero sin contenidos
Tal y como señalan los datos del Instituto Nacional de Estadística, la renta disponible de los hogares españoles descendió el 3,2% en el segundo trimestre de este año en relación al mismo trimestre del año anterior. En 2011, un 21,8% de la población española estaba por debajo del umbral de riesgo de pobreza. Los datos se expresan con claridad. Las SICAV aumentan sus beneficios y el sector del lujo en España crece significativamente mientras el consumo general decae de forma continuada.
Los datos son relevantes y expresan mejor que cualquier discurso la angustiosa realidad española y el extraordinario crecimiento de la desigualdad social. La política de recortes y el incremento de los impuestos han marcado el inicio de una etapa de empobrecimiento de la clase media.
Cuando la izquierda hablaba en sus discursos de los más débiles, se refería a los sectores marginales y a la inmigración; hoy, el componente esencial de los que padecen los golpes de la crisis, no sólo está en los excluidos – es un hecho su desesperación – sino que alcanza a grandes sectores de población urbana y rural que confiaron en los últimos años en un incremento de su calidad de vida, siguiendo pautas deterministas, de evolución positiva constante desde la mitad de siglo anterior.
Ahora, ésta es la realidad. Algunos españoles, pocos, se calientan la boca esgrimiendo argumentos contundentes contra los políticos desde el cómodo cinismo de la fuga de capitales o la reducción de la carga impositiva merced a un sistema extraordinariamente injusto con las rentas del trabajo. Al mismo tiempo, se llenan la boca clamando contra funcionarios, pensionistas o trabajadores que viven en los límites de la miseria. Muy distinto de la queja sensata planteada desde la inmensa mayoría.
Estamos en la una campaña electoral bicéfala: una cabeza en Euskadi y otra en Galicia. No sabemos muy bien de qué se habla en ella, porque, quizá, el discurso sólo llega a los habitantes de los territorios convocados a las urnas, pero cualquier aproximación que se intenta conduce a una penosa decepción.
Falta energía y contundencia en proporción a los costes de la crisis; falta contenido concreto y realidad para responder a la necesidad de elección que se plantean los ciudadanos. Falta diferencia y oportunidad; faltan programas de medidas, una acción urgente, un paradigma de reacción contra la crisis. Falta empatía con los que padecen estos dolores del empobrecimiento y la marginalidad. Sobran chascarrillos y miradas indirectas sobre la verdad de las cosas; sobra banalidad y se hacen insufribles las frasecitas oportunistas de asesores melifluos puestas en boca de los líderes acartonados; sobran los figurantes engordados al hilo de un sistema que desconoce el valor real de las estadísticas y las consecuencias de las decisiones que se toman.
Igualados en las encuestas, en Galicia se decidirá por acarreo: quién más lleve a votar, ganará, ya sea la conjunción nacionalista-socialista o el Partido Popular. Pero el que lo haga no habrá logrado aprovechar el canal de comunicación que es la campaña para transmitir convicciones y certezas.
Otro caso es el del País Vasco, instalado en un debate estratosférico, si bien es cierto que habitual, y ajeno a la verdad social de esta crisis. El lehendakari, atrapado en la dialéctica de lo territorial se ha olvidado, hasta bien mediada la campaña, de la diferencia ideológica entre proyectos y de defender sus propias ideas, si que estas se distinguen en algo del panorama oficial de lo vasquista. Un error que apenas costará nada, puesto que las encuestas están clavadas desde la aparición de Bildu. Y el PP se precipita a la nada, subsumido entre escaños nacionalistas que lo abordarán todo. El espectáculo de Basagoiti aplicando las ocurrencias de algún enemigo y tirando de cuerdas y haciendo payasadas en plena crisis económica, da idea de cómo son los políticos y de qué poco entienden cómo viven los ciudadanos a quienes creen dirigirse.
Queda una semana. Quizá alguien se tome la molestia de dejar reproches o aplausos y ponga encima un plan, un decálogo, una idea que diga “voy a hacer esto y lo voy a hacer así: ten confianza, lo haré”. Pero eso parece decimonónico y poco atractivo para lucir una modernidad aplanada en la que pasear sin riesgo alguno por la banalidad de las palabras huecas.
Editorial Estrella