Ana Mato, la gota
Debió ser la gota que rebasó el vaso de su paciencia, o de su desesperación, pero Rajoy por una vez en su vida –política- tomó la decisión que se esperaba del presidente de Gobierno, y Ana Mato se quedó sin ministerio de Sanidad.
En honor de Ana Mato hay que señalar que, de la misma manera que por tras conocer la decisión del juez Ruz quiso mantenerse en el puesto porque no había sido imputada, cuando supo que el Fiscal General compartía la opinión del juez respecto a que se había lucrado de las presuntas fechorías de su marido –hoy ex marido- Mato reunió a su gente y les dijo que debía dimitir por el bien del gobierno, del partido y del presidente. Y llamó a Moncloa para pedir a Rajoy que la recibiera. Es decir, no se sabe quién se adelantó a quién, pero Rajoy quiso que dimitiera y Mato había pensado hacerlo.
Aun así el debate parlamentario fue duro, y los portavoces de la oposición no se cortaron un pelo en echar en cara al presidente los casos de corrupción de gente del PP. Como si los partidos de la oposición estuvieran limpios de polvo y paja… Desgraciadamente la lista de corrupciones y corruptelas es larga. Solo queda un consuelo, que en los últimos tiempos se ha obligado a dimitir y marcharse a casa a los amigos del dinero fácil e ilegalmente ganado. Ya era hora, a ver si así se recupera el prestigio de la clase política hoy perdido. Decía bien Rajoy que la corrupción no es generalizada, pero han pagado justos por pecadores. Lo que hace falta es que haya acuerdos sobre cómo poner fin a esa vergüenza y, de momento, algunas de las propuestas del presidente de Gobierno las exigían los socialistas públicamente. No se comprendería que no las apoyasen, pero ya se sabe que en política con tal de dar caña al adversario se dejan de lado iniciativas absolutamente aconsejables.
Mas ha comprendido al fin que con Junqueras se hunde, y al dirigente de ERC le ha debido llegar ese rumor
Sánchez elabora bien sus discursos, pero no acaba de rematar, como si tuviera complejo de llegar a acuerdos con Rajoy. Sin embargo los grandes políticos son los capaces de negociar con los rivales los asuntos que demandan los ciudadanos. Que son los que importan, los ciudadanos, que con toda seguridad ansían que se tomen medidas para que España vaya mejor, y les importa un bledo si las buenas ideas proceden del Psoe o del PP, lo que quieren es que el país vaya hacia arriba, funcione y la gente tenga más calidad de vida.
El secretario general socialista tiene el patio algo revuelto. Su propuesta de abolir la ley de Zapatero que derogaba el artículo 135 ha provocado malestar en determinados sectores del PSOE, y no necesariamente en los sectores ligados al zapaterismo. Sánchez matizó su propuesta inicial, pero aun así la incomodidad persiste. El día del debate sobre la corrupción, el que protagonizó Ana Mato aunque no se encontraba en el Congreso, algún socialista se quejaba de que Sánchez empezaba a ser elefante en cacharrería. Ha sumado a su círculo de colaboradores a algunos de los mejores veteranos del partido. A ver si así centra algo su discurso, que hay días que parece levantarse con ganas de concursar con Pablo Iglesias para ver quién hace la propuesta más demagógica. Y, como sabe cualquier político de experiencia, las elecciones se ganan con el voto de centro, no con los extremismos.
Artur Mas sigue y sigue y sigue con su cantinela independentista, cada vez se asemeja más a los conejitos de duracell. Hubo ausencias sonadas en su encuentro con los sectores sociales catalanes, y cara larga y falta de aplauso de Oriol Junqueras.
Cuentan por CDC que Mas ha comprendido al fin que con Junqueras se hunde, y al dirigente de ERC le ha debido llegar ese rumor. Mas quiere llegar como sea al final de la legislatura, pero ya no se siente tranquilo con ERC, y mira hacia el PSC aunque hace como que no le interesa nada de lo que le propone Miquel Iceta.
La cosa está en “veremos”. Pero mejor en “veremos” que en las baladronadas independentistas, que ya cansan.
Pilar Cernuda