Última hora

Adiós, Marcelino

Creo que mi primer recuerdo es el de un nombre, no el de la imagen de un rostro. El rumor de un nombre, para ser precisos, dicho en voz baja durante la época del silencio impuesto. En aquella época, los escasos acontecimientos con relevancia que trascendían convirtiéndose en información, se sucedían en un tiempo vacío. Había lagunas interminables, repletas de oficialismo frío y sin sentido, y otros momentos en los que los acontecimientos desbordaban la grisura legal del Estado a toda velocidad.

El proceso 1001 en el Tribunal de Orden Público coincidió con el asesinato de Carrero Blanco, la herencia militar del régimen militar. Sartorius, García Salve, Juanín y Camacho, Marcelino Camacho. Y  otros sindicalistas que formaban la coordinadora nacional de las Comisiones Obreras se juzgaron entonces. En 1967 habían sido declaradas ilegales tras asestar desde el interior del franquismo mediante una estrategia entrista, un duro golpe a la estructura del régimen.

Fueron las CC.OO. el fruto, también, de las huelgas mineras de las cuencas asturianas en los sesenta, y aunque se discute el lugar preciso de su constitución, todo apunta a la mítica mina de La Camocha como lugar fundacional. Atrás, quedaban las huelgas en Vizcaya y el movimiento obrero desorganizado. Junto a una UGT de resistencia, las CC.OO. fueron el motor de la lucha sindical – la más importante- del camino hacia el final de la dictadura. 

Nada de esto hubiera sido posible sin Marcelino Camacho, el hombre de los jerséis de punto con cremallera, la figura histórica del movimiento obrero reciente. El que contribuyó a traspasar el muro de la dictadura y a asentar un régimen democrático y constitucional tras la muerte de Franco. El hombre que en la represión no fue ni doblegado ni domesticado.

No fue Marcelino Camacho un dirigente con expectativas de pisar alfombra y hacer devaneos de salón. No, no lo fue. Fue, más bien, un hombre íntegro – perseguido, encarcelado, exiliado- que luchó toda su vida por un ideal en el que creía con toda su fuerza. Un hombre, sencillamente, con una vocación de solidaridad y entrega a los suyos por encima de cualquier ambición personal.

A veces, cuando oigo hablar con engolamiento de la vocación de servicio de tal o cual político, me desagrada ya que creo que ese terrible martirologio a favor del interés público suele estar más que bien recompensado. Algún caso reciente supura aún por mucho que se haya querido disimular.

En el caso de Marcelino, y de otros muchos como él tan denostados por la cofradía marcial de la nueva derecha sin complejos, su vocación tenía que ver con su convicción. Y su entrega, con la aspiración racional a una sociedad en la que los trabajadores disfrutaran de derechos, calidad de vida y la honesta aspiración a la felicidad que otros disfrutan por ser propietarios de bienes y propiedades y no haber dado un palo al agua en su vida.

Otros, en cambio, gente igualmente honesta, han reconocido en la labor de Camacho y algo también en sus ideas, la voluntad de justicia social y equidad que haga más habitable este planeta que no hace más que dar vueltas.

Gentes así, con idénticos pensamientos en esferas sociales opuestas, son las que hicieron posible la transición. A ellas debemos la reconciliación y en reencuentro de los españoles. Y por eso, a Marcelino como a muchos otros hombres buenos les debemos gratitud, tanta como entrega y disposición han tenido para poner su vida por detrás de sus ideas y hacer de su lucha personal un bien del que ahora todos disfrutamos.

Por eso ahora la gente de bien está de luto: también la historia, lo mejor de nuestro pasado y lo estaremos en el futuro, aunque ojalá éste sea el de los hombres y las mujeres honestos, íntegros y luchadores que tanto necesitamos ya, en estos días grises. Personas como Marcelino Camacho, que, quizá ahora, ya pueda descansar en paz.

Te despedimos, en tu nombre, del sol y de los trigos, compañero del alma, compañero.

Rafael García Rico

Comentarios