jueves, marzo 28, 2024
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La más grave de las fracturas: la debacle educativa venezolana

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Miguel Henrique Otero
Miguel Henrique Otero
Periodista, Presidente y Director del periódico venezolano El Nacional.

Entiendo que puede parecer vano comparar, en medio de una debacle generalizada y creciente, una parte de la realidad con otra. Por ejemplo, preguntar si el estado ruinoso del sistema de acopio y distribución de agua potable en el territorio venezolano presenta un mayor deterioro que el de la red del sistema eléctrico; o si la acción de la delincuencia organizada es más violenta en Aragua o en Zulia; o si las vidas de los trabajadores del sector petrolero están bajo un mayor riesgo en la Refinería de Amuay que en el Complejo Petroquímico José Antonio Anzoátegui; o si las acciones del Tren de Aragua son más o menos sanguinarias que las de la narcoguerrilla del Ejército de Liberación Nacional en las zonas del sur del país: son ejercicios que, a fin de cuentas, más temprano que tarde, se tornan absurdos, envueltos o desvirtuados por la condición cada vez más penosa de casi todo.

Sin embargo, a pesar de lo dicho, la catástrofe educativa venezolana quizá merezca, más que la ruina del sistema hospitalario —otro ejemplo  de las exitosas políticas de destrucción emprendidas por Chávez y Maduro—, la mayor de las preocupaciones, por la hondura y complejidad de la problemática, por las consecuencias que tendrá para el futuro de la nación venezolana, y por el tiempo que tomará establecer una estructura que pueda responder a la crisis social y humanitaria que padece el país, en un contexto de revolución digital y de imperativos de sostenibilidad.

Recordará el lector este capítulo del año 1999: Chávez anunció, como programa bandera, las Escuelas Bolivarianas, en la que niños y adolescentes, desde el preescolar hasta el segundo nivel de la educación básica, recibirían una educación de jornada completa, con apoyo alimentario —¿el lector recuerda el PAE, Programa de Alimentación Escolar?—,  estructurada, en teoría, alrededor de unos contenidos flexibles e innovadores. Además, entre lo prometido, estaba que se fortalecería la profesión del educador; se “dignificaría” la infraestructura escolar; se integrarían las escuelas a sus respectivas comunidades; se cambiarían, de forma radical, los métodos de gestión de las escuelas y de la propia actividad escolar. En una primera etapa, más de 500 centros educativos fueron incorporados a este caudal de promesas.

Si me tocara escoger el programa demagógico más eficaz de todos cuantos Chávez protagonizó, ninguno más canalla que el de las Escuelas Bolivarianas. Hasta el período escolar 2005-2006 se produjo un crecimiento de la matrícula (de acuerdo con las cifras del Ministerio de Educación, cuya credibilidad es ninguna). A partir de ahí, la matrícula no ha cesado de disminuir, hasta este extremo: entre 2018 y 2021, según la Encuesta de Condiciones de Vida —UCAB— más de 1.200.000 niños abandonaron la Educación Básica.

Sobre la cuestión, tan cacareada por los propagandistas del régimen, relativa a la infraestructura escolar, apenas si se necesita agregar otro argumento a los datos que siguen, provenientes de gremios y organizaciones no gubernamentales: 46% de las edificaciones escolares está en condiciones gravosas, lo que incluye carencia de servicios elementales como agua y electricidad, de forma regular. Otro 43% presenta fallas considerables en la edificación, el estado de paredes, techos e iluminación; más de la mitad tienen goteras o filtraciones de agua; más de 60% ha sido vandalizada, saqueada o asediada por delincuentes; más de 90% carece de los mínimos insumos necesarios para que los docentes puedan cumplir con sus objetivos. No me referiré aquí, sino de pasada, a otro aspecto de esta tragedia, que son los avatares con los que la revolución bolivariana ha sometido al Programa de Alimentación Escolar: reducciones de la calidad, de la cantidad, interrupciones por largas temporadas, prácticas de corrupción que han socavado el funcionamiento, hasta el punto de hacer del PAE no más que una fuente incalculable de corrupción y prebendas.

Llegado a este punto del artículo, todavía debo referirme a dos de las cuestiones más álgidas de este tema. Una de ellas, la saña, la campaña sistemática de desprecio y odio con que el régimen ha castigado y perseguido a maestros y profesores. Y no hablo solo de la reacción brutal y desproporcionada a las legítimas protestas de los gremios docentes a lo largo de las últimas semanas, que son solo una pieza del ataque del régimen: hay que listar los salarios de hambre, el incumplimiento de las convenciones colectivas, la desaparición de toda la estructura de seguridad social, la imposición de métodos de politización y adoctrinamiento, el menoscabo sin límites de la dignidad y el respeto social que el Estado debería proveer a quienes se dedican a educar a niños y adolescentes.

El otro aspecto, todavía más de fondo, es el cada vez más acentuado deterioro de la calidad del sistema en su conjunto, algunos de cuyos datos han sido publicados con extrema cautela y temor. ¿Y por qué? Porque los resultados que arrojan los estudios que se han hecho son simplemente devastadores: de lo que estamos hablando es de un sistema de educación pública con una extrema crisis de recursos profesionales, porque se cuentan por miles y miles los docentes que se han marchado del país. Y es que la sumatoria de todos estos factores que he mencionado es el derrumbe de la calidad, es decir, Chávez y Maduro han “creado” un sistema de educación pública que no enseña o enseña mal, en el que la mayoría de los estudiantes tienen severas limitaciones para comprender lo que leen, o para realizar operaciones matemáticas básicas. Nadie se atreve a decirlo, porque ello podría resultar agresivo o humillante para las víctimas. Pero mientras este pudor se mantiene, lo real es que la escuela pública venezolana ha derivado en una fábrica de estudiantes que, en su mayoría, están plagados de lagunas e ignorancias.

Insisto: es la peor de las debacles. Así lo creo. Tan terrible, que ni siquiera hay docentes con que afrontarla. ¿Y qué hace el régimen ante este estado de cosas? De una parte, organiza operaciones conjuntas, entre la Guardia Nacional y los colectivos para reprimir y atacar a los maestros que salen a las calles a protestar por los salarios de hambre que devengan. De otra parte, anuncia que pondrán a estudiantes a llenar las decenas de miles de vacantes —estudiantes cuya mayoría tampoco tienen las calificaciones mínimas necesarias para asumir semejante responsabilidad—, lo que hace patente que el interés del régimen en la situación del sistema educativo y de la calidad de la educación en Venezuela es cero. Ninguno. Al contrario: su propósito es que el deterioro continúe. Que las cosas sigan empeorando. De ese modo, la posibilidad de que el dominio sobre la sociedad se mantenga y perpetúe será cada vez mayor.

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