martes, abril 23, 2024
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Lo políticamente correcto y los Oscar

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La última gala de estos consecuentes premios, premios con consecuencia en las taquillas y en las carreras de los agraciados y nominados, han puesto de manifiesto que están igual de contaminados por los nuevos mandamientos de la creencia o adoración mistérica laica que tiene sus sacerdotes, sacerdotisas, papas y dioses: lo políticamente correcto.

Me comentó un amigo, nada sospechoso de conservadurismo y sobrino de uno de los premiados españoles por la Academia de Hollywood, que los Oscar ya no pretenden premiar la labor más destacada en cada categoría como sucedía antaño, están contaminados de enormes prejuicios que todo lo estropean. Lo de este año ha sido paradigmático.

Como el año anterior no se nominó a personas de raza negra en casi ninguna categoría, esta edición los han nominado por doquier y los han premiado también. Y no se justificaba por la calidad de sus trabajos. En algún caso hubo algo parecido a un tongo. Un tonguito. Viola Davis estaba nominada y ganó el premio a actriz de reparto cuando su papel era de protagonista. De hecho, la película, un plomo, se basaba en una obra teatral que ella protagonizó en Broadway y por la que ganó el Tony a la mejor actriz…protagonista. Se cambió de categoría para ganar. Por cálculo. Algo que yo entiendo como deshonesto. Viola Davis es una muy considerable y considerada actriz. En mi humilde opinión tiene que corregir ese desmelene en llanto en casi todas sus películas, en cada una de ellas tiene una o varias escenas en las que parece que acaba de sacar la cara de un cuenco de cebollas recién cortadas. A Meryl Streep casi le pasa lo mismo al principio de los 80 y corrigió el tiro.

En el caso de actor de reparto, a mí personalmente me pareció escandaloso. El actor, Mahersala Alí, ganador, no era malo, entiéndanme, todos los actores americanos tienen por lo menos oficio y la mayoría de ellos talento, pero premiar a este señor frente al prodigioso Michel Shanon de ‘Animales nocturnos’, el solidísimo Jeff Bridges de ‘Comanchería’, al sorprendente Lucas Hedges de ‘Manchester frente al mar’ o al versátil Dev Patel de ‘Lion’, es simplemente un insulto grave a la justicia y al buen gusto.

Y llegó el premio a la mejor película. Había varias este año que desmigaban los problemas de la negritud en Estados Unidos, sus padecimientos y las injusticias que han soportado en diferentes épocas y en la actualidad. Pero la pura verdad es que ninguna era buena. Ninguna era una gran película. Por desgracia, el año era políticamente correcto y había que purgar el “olvido” del año anterior.

Se lo otorgaron por unos segundos a ‘Lalaland’, una memez con mucho marketing. El espectro de Faye Dunaway, irreconocible, con lo bella y gran actriz que ha sido esta mujer, y el abuelo de Warren Beatty, ‘sic transit gloria mundi’, se armaron un lío, mejor dicho, les armaron un lío y tuvieron que rectificar porque lo que había votado la Academia estaba en otro tarjetón que al fin apareció y la minisorpresa fue ‘Moonlight’: sobre afroamericanos desde luego.

Lo de afroamericanos es una suerte de designación que quiere ser aséptica y es muy desafortunada e inexacta, los estadounidenses descendientes de marroquíes, de ugandeses de ascendencia hindú o sudafricanos de ascendencia también hindú u holandesa no caben en esa designación teniendo, en principio, todo el derecho. Podría relatar una anécdota que ilustraría lo que digo y que presencié en la University of San Francisco, pero sería largo.

Este año la elegida mejor película ha ganado tres Oscar: película, guion e interpretación masculina. Como ‘El padrino’ en la cosecha de 1972. Aunque la más premiada ha sido el musical ‘Lalaland’, como en 1972 lo fue ‘Cabaret’. Ni en uno ni en el otro caso resisten comparación. Lo de este año roza el sacrilegio.

Mi amigo Gonzalo tiene toda la razón. Hasta no hace mucho se premiaba lo que se creía mejor, ahora se premia lo más extracinematográficamente conveniente. Un error que rompe la magia de los premios, que los hace estúpidamente previsibles, que aparta la excelencia, el talento, el buen criterio. Todo por resultar políticamente correcto.

La consecuencia es obviar el mérito por una falsa equidad que en el caso que relato deja fuera de las nominaciones a Amy Adams, que podría haber concurrido en las dos categorías de actriz por sus memorables interpretaciones en ‘Animales nocturnos’ y ‘La llegada’ y cuya ausencia resultó tan escandalosa que ardieron no sé si las redes sociales, pero sí las conciencias de críticos y cinéfilos, daban ganas de denunciar a la Academia por estafa, o premiar a ‘Moonlight’ en vez de la muy brillante y superior ‘La Llegada’ o las muy meritorias ‘Manchester frente al mar’ o ‘Comanchería’. Un despropósito políticamente correcto y estéticamente zarrapastroso.

No me gusta la corrección política. Me parece una religión de quinto orden con una teología cutre y una liturgia de inteligencia pordiosera. Creo que hay que rebelarse. Esto que cuento es solo un ejemplo. Pero los nuevos bienpensantes manipulan y pervierten cada cosa que tocan. Y no puede ser. No debiera.

Juan Soler

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