viernes, abril 26, 2024
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¿A qué esperamos?

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España celebra cada 12 de octubre la Festividad de la Virgen del Pilar, patrona y protectora de la Guardia Civil, y la Hispanidad, un concepto cargado de recuerdos históricos y, a la vez, de propuestas y esperanzas de futuro. Un día muy especial para La Benemérita, sin duda,  una de las instituciones mejor valoradas por los españoles, porque también se recuerda a los 243 miembros del cuerpo asesinados por viles terroristas en defensa de nuestros derechos y libertades.

La Hispanidad se celebra porque es el recuerdo de uno de los más formidables proyectos históricos que la Humanidad ha podido recoger en sus anales, y este año adquiere más valor porque coincide con el quinto centenario de la muerte de Fernando el Católico, uno de los artífices de la nación más antigua de Europa, España, y que en 1492 cambió nuestra historia y la de todo el mundo conocido.

En este sentido, nuestro país ha sido y es un sugestivo proyecto de vida en común que tiene ya más de cinco siglos de historia, y que está muy por encima de las veleidades de nacionalismos separatistas de escasa raigambre intelectual. Una amenaza que no es nueva porque, si volvemos los ojos a la historia, a 1492, en vísperas de la unidad nacional, la situación de los reinos de Castilla y Aragón, que abarcaban la mayor parte de España, era lamentable: muy baja demografía, crisis económica provocada sobre todo por la caída en las relaciones comerciales y lucha enconada entre Cataluña  y  el rey Juan II de Aragón.

Todo ello conducía a una creciente  desmoralización, una profunda negatividad, luchas y recelos entre  las distintas partes enfrentadas.  Ni en Aragón ni en  Castilla había solución  que se pudiera vislumbrar a corto plazo.  Sin embargo muy pocos años después, España  unificada, se convierte en primera potencia de Europa y del mundo. ¿Cómo pudo acontecer semejante milagro político e histórico?

La unidad y el proyecto común se revelaron fundamentales. Tenían razón los que no hallaban una solución en el escenario parcial de cada uno de sus territorios. No había en verdad solución castellana, ni solución aragonesa. Solo había solución española y el reto del tiempo y de su circunstancia  era encontrarla.

Lo que los Reyes Católicos alumbraron juntos fue una nueva realidad, la nación española. Es una empresa nueva la que arrastra a las poblaciones de toda España hacia algo que siempre habían buscado y nunca verdaderamente logrado. El argumento de toda la España medieval había sido la decisión de restablecer su condición cristiana y eliminar el dominio musulmán. Ahora el mundo se abría por momentos ante los asombrados ojos de los monarcas y de los españoles: la expansión europea, el descubrimiento del Nuevo Mundo.

De repente las fronteras se habían ensanchado y los reinos antes divididos ahora se proyectaban en una única dirección. Los problemas no habían desaparecido, desde luego, pero desde el nuevo punto de vista de la unidad se contemplaban de un modo bien diferente. El milagro de la Hispanidad fue de algún modo una continuación de la unidad recién obtenida. Los descubridores en su mayoría padecieron calamidades, pobreza y  la muerte a menudo en el final del camino. Pero ellos querían evangelizar las Indias,  servir al Rey, alcanzar la gloria y la fama, tener aventuras.

Ese impulso resultó más poderoso que todos los riesgos y dificultades. Toda la dilatación transoceánica de España presenta esa estructura de extrema originalidad: iniciativas privadas llenas de valor y aún temeridad, pequeños grupos de emprendedores y aventureros, y escasos  recursos. Desde las tres naves de Colón a los cuatrocientos cincuenta hombres de Hernán Cortés.

Castilla y las Indias compusieron de este modo  una monarquía hispánica en ambos hemisferios. Un formidable proyecto histórico que cada Doce de Octubre conmemoramos. Y es que, la unión histórica de los pueblos hispánicos consistió en el trazo realizado por los Reyes Católicos y  los primeros Austrias, Carlos I y Felipe II, en enseñar a todos los hombres de la tierra que si quieren pueden salvarse pues todos tenemos la misma condición y, por tanto, dignidad.

En 1509 el navegante y conquistador Alonso de Ojeda resumió de forma admirable el espíritu de la Hispanidad. Pudo haber dicho a los indios que los hidalgos leoneses eran de una raza superior,  pero lo que les dijo fue simplemente  que “Dios nuestro Señor, que es único y eterno, creó el cielo y la tierra, y un hombre y una mujer de los cuales vosotros y yo y todos los hombres que han sido y serán, descendemos».

Esta frase resume la constitución ideal de España, el elemento moral que subyace en el descubrimiento de América, a pesar de las sombras que sobrevolaron la hazaña histórica, y el cimiento histórico de la empresa que hoy celebramos.  Esto es, declaró que todos los hombres que habitamos en  este mundo éramos libres, iguales y hermanos. Así pues, hoy, lo que festejamos no sólo es el alumbramiento de nuestro país, sino un impulso moral y ético pionero y que pudo ejecutarse porque nuestro país, en vez de regodearse en sus divisiones, encontró en su unidad la fuerza para conseguir algo jamás imaginado: la globalización de la dignidad humana.

Hoy, Fernando él Católico nos grita que no hay a nuestros problemas solución aragonesa ni solución castellana, es decir, soluciones unilaterales, sino únicamente solución española. Hoy nos grita que no olvidemos nuestro legado, que ha sido capaz de crear tres de los máximos arquetipos occidentales: Don Quijote, Don Juan y la Celestina, a los que sólo hacen competencia Fausto, Hamlet o Raskolnikov. Hoy nos grita que de los 285 millones de habitantes que tiene Estados Unidos,  la primera potencia del mundo, los hispanos son 35 millones. Hoy nos grita que la Hispanidad no solo sobrevive, sino que parece entrever el siglo XXI como su oportunidad, en un momento donde las sociedades de las principales economías del futuro, Brasil, Rusia, China o India, optan por el español como segunda o tercera lengua. Y nos grita que, la España una, de 1492, no nace así como una intuición de algo real, sino como un esquema ideal de algo realizable, un proyecto de voluntades, un mañana imaginario capaz de disciplinar el hoy y de orientarlo a la manera que el blanco atrae la flecha.

Los retos actuales, el empleo, la globalización, la corrupción, la inmigración, el terrorismo, la educación, la sanidad… nos llaman a la unidad de todos: ¿a qué esperamos?

Antonio González Terol

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