jueves, abril 18, 2024
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El irresistible encanto de los malvados

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       -De adolescente soñaba con casarme con un narcotraficante.

        Quien me habla es una vieja amiga, colombiana, que a pesar de que ronda la cuarentena, esta de toma pan y moja. Estamos tomando una cerveza en una terraza del centro de Madrid y me extraño ante la confesión. No entiendo nada. Siempre pensé que a las chicas lo que las tira son los hombres honrados, trabajadores y todos esos valores que nuestras madres nos inculcan-o tratan de hacerlo-, desde pequeños. Ella percatándose de mi sorpresa, sonríe con sus voluptuosos labios y apostilla:

            -Es que no te enteras ¿Acaso no sabías que a las chicas nos gustan los chicos malos? Nos casamos con los buenos, pero deseamos a los malos.

            ¡Joder! Estoy de piedra. No me esperaba tal disertación, porque me destroza todo lo que he intentado aprender de las féminas a lo largo de mi azarosa vida.

            -Es cierto-continua- ¿Recuerdas quien tenía más éxito en el instituto? ¿Acaso eran los empollones? No querido, eran los malos. En los barrios, en las calles, los que más ligan  siempre son los malotes, los que no llevan una vida al uso.

       Recapacito y vuelvo un poco hacia atrás en mi vida. Resulta que tiene razón porque recuerdo a un individuo de mi adolescencia apodado “el bala”, que estaba como una puta cabra y que robaba ciclomotores por diversión. Mientras los chicos buenos suspirábamos por las chicas de la clase de al lado, ellas suspiraban por “el bala”. O más adelante, cuando ya estábamos en el servicio militar,  “el Jhony” un valenciano guaperas que vendía hachís y se pasaba la vida en el calabozo, pero al que venían a visitar un montón de preciosas novias que competían entre ellas por sus favores. Por supuesto que no las hacia ni puto caso.

            -Pero ¿Por qué?-pregunto a mi amiga-¿Por qué os atraen los malvados?

            Ella da un trago de rubia mojándose los labios, que brillan procelosos a la luz del sol y responde:

            -Jamás comprenderás a las mujeres, Pepe-dice con suficiencia-. Por supuesto que nos gustan los hombres que nos den seguridad y todo eso. Pero los que viven fuera de las normas tienen algo de salvaje, de instinto animal, de tipo duro al que se la suda todo y vive al día, como nuestros antepasados. Nos encanta que pasen de nosotras, porque eso les hace más atractivos. A las mujeres nos gusta sentirnos deseadas, pero que no nos baboseen. Odiamos que nos “cojan” los sábados por la noche en la cama, como si de un ritual se tratase, y nos encanta que lo hagan en sitios insospechados y por sorpresa. Necesitamos sentirnos vivas, Pepe. Correr aventuras, al igual que vosotros. No somos diferentes en eso. Cierto es que con la edad buscamos tranquilidad. Es lógico, lo mismo que vosotros. Pero créeme, el ser humano necesita vivencias, sentir que la vida no te lleva por delante en una continua y desesperante espera de la muerte. Por eso hay tantos “tachos” (cuernos); porque la ilusión, el amor por lo prohibido es consustancial al ser humano ¿Nunca te has percatado de que lo que más placer nos proporciona, está prohibido o es pecado? Hombre o mujer, da lo mismo.

        Nos despedimos con dos besos y un abrazo en el que me estruja las tetas tuneadas contra mi pecho. Desde luego que tiene razón, pero para los enamoradizos, los románticos empedernidos como yo, ese discurso no tiene sentido.

         Tendría que nacer de nuevo y a pesar de los avances de la ciencia, creo que todavía no es posible. Aunque reconozco que una mujer como mi amiga es una tentación demasiado peligrosa como para tomar un trozo de su manzana.

            Sería mi perdición.

José Romero

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